Mientras persiste el clima de incertidumbre y temor ante el futuro; provocados por la pandemia, los dueños del dinero preparan otra embestida neoliberal en contra del planeta y de la humanidad: se acaba de anunciar la próxima celebración, en el mes de septiembre, de una “Cumbre Mundial de los Sistemas Alimentarios”, supuestamente convocada por la ONU, pero en realidad promovida por los gigantes de la agroindustria alimentaria, bajo el trillado pretexto de combatir el hambre en el mundo, cuando en realidad se trata de todo lo contrario: radicalizar el modelo de privatizar la producción de alimentos para seguir generando ganancias y, al mismo tiempo, controlar y domesticar la creciente rebeldía y rechazo mundial al modelo depredador neoliberal.
Como ya se ha comentado en otras ocasiones, uno de los efectos más palpables de la pandemia, fue el revelar los efectos de varias décadas de una alimentación chatarra (comida industrializada) sobre la salud de amplios sectores de la población mundial, llevándolos a una estado de total vulnerabilidad ante un virus que encontró terreno fértil para su propagación en los millones de diabéticos, obesos e hipertensos, por mencionar los padecimientos más comunes generados deliberadamente por este modelo de consumo que antepone el sabor, el atractivo visual y la fácil accesibilidad, al verdadero valor nutritivo de los alimentos. Para un sistema que lucra con todas las etapas de la vida humana, es perfectamente normal que las enfermedades y las pandemias se generen y se propaguen, porque también son otras oportunidades de lucrar, y para probarlo, basta echar un vistazo a los miles de millones de dólares que la industria farmacéutica se está embolsando con la producción de vacunas, cuya efectividad es dudosa y en su negativa de liberar las patentes.
Esta crisis sanitaria tiene otra vertiente que se está tratando de ocultar: muchos de los anteriores consumidores cautivos de la comida chatarra, están tratando de modificar sus hábitos alimenticios y están regresando al consumo de alimentos naturales y dejando de consumir los industrializados. Por ello, no es casualidad que, en el mes de mayo pasado, se haya estrenado el documental del cineasta argentino Juan Pablo Lepore, La vuelta al campo. Luchas campesinas por el buen vivir, en el que se da cuenta del combate permanente de los campesinos de América Latina por preservar otra forma de agricultura, a veces llamada tradicional, ancestral y ahora agroecológica, que es la que había mantenido a nuestras civilizaciones, hasta antes del caballo de Troya de la revolución verde de los años 60.
En ese trabajo de síntesis, se da cuenta de las organizaciones indígenas y campesinas que se han multiplicado desde hace décadas en el Continente, logrando detener en muchos casos la siembra de transgénicos y el uso de sus paquetes de agrotóxicos, el despojo y acaparamiento de tierras y agua, la imposición de megaproyectos hidroeléctricos o extractivistas que destruyen la biodiversidad.
Todos los movimientos y organizaciones campesinas y medioambientales, se han ido articulando en torno a un proyecto común: rescatar al planeta de la depredación y construir un buen vivir diferente, de un modelo de resiliencia, con base en el trabajo común, el aprendizaje, la cooperación, la solidaridad, el respeto a la madre tierra; en definitiva, devolverle a la tierra su función originaria: producir los alimentos necesarios para todos los seres vivos del planeta, no para generar ganancias para unos cuantos.
Este movimiento no tendrá éxito si los consumidores no toman conciencia de que lo que está en juego es su salud y la del planeta, y que por lo tanto debemos cambiar nuestra alimentación, sino sobre todo todos nuestros hábitos de consumo irracional.
