En estos últimos días, las autoridades que gobiernan el país y el estado han demostrado no sólo su ignorancia respecto de los derechos de las mujeres y cuáles son sus obligaciones para garantizarlo, en el marco del Día Internacional de las Mujeres, sino que están demostrando su machismo y el desinterés por incorporar la perspectiva de género desde el ámbito de sus competencias para modificar realmente las condiciones que enfrentamos aún en todos los espacios.
Sus narrativas han servido, además, para que desde el machismo y la misoginia de las personas se alegue “qué más quieren”; no olvidemos la declaración de un presidente municipal que cree que la igualdad entre mujeres y hombres “de manera natural existe”, aunque expuso su pleno desconocimiento de las realidades al afirmar que “por razones que desconozco, no tuvieron las mismas oportunidades que los varones…”; así gobiernan la gran mayoría de funcionarios y funcionarias, desde su privilegio y desinterés. Pero, además, niega que proteja a agresores de su gabinete, a pesar de existir la denuncia pública y ante las autoridades, se ha limitado a aceptar su licencia y no dará de baja “hasta que la Fiscalía lleve a cabo el proceso para acreditar o no la responsabilidad del servidor público”, esa práctica de no creerle a las mujeres (con todas las pruebas), de que la violencia feminicida siempre termina justificándose y, en este caso, protegiendo desde el poder al agresor. Ya podemos darnos una idea de que en su camino a la gubernatura no tendrán ninguna importancia en agenda los problemas de las mujeres.
A nivel municipal no es el único que da muestra de cómo los problemas de las mujeres no han sido más que estrategias usadas en campañas, pues entre las denuncias públicas hechas el 8 de marzo, un alcalde fue señalado como agresor y deudor alimentario. Evidentemente lo negó ante los medios de comunicación, declarando que “si tuviera un proceso o procesos… ni siquiera candidato hubiera sido, fue un tema que se hizo en campaña”. Declaró también que “se han usado para denigrar la imagen de los funcionarios públicos”. Desafortunadamente son muchos los casos de funcionarios que han ejercido violencia contra mujeres y que poco ha ocurrido, el sistema de justicia aún es omiso y solapador.
También a nivel estatal han demostrado no solo su desconocimiento, sino la gran incapacidad que tienen de llevar a cabo sus funciones desde los enfoques básicos que, se supone, son principios básicos de este gobierno; como el secretario de Educación Pública del estado, que simplemente se indignó por la gran cantidad de denuncias públicas que existen en contra de personal docente y administrativo de instituciones educativas, pues para él, “el péndulo de la ley que ahora favorece a las mujeres ‘está desamparando’ a muchos hombres”, ¿en serio?, según su lógica, “hay una especie de péndulo en torno a la progresión de los derechos y cuando se mueve o regresa, suele afectar o favorecer a distintos sectores de la sociedad”, ¿cuándo en la historia, el sistema o las instituciones han estado en favor de las mujeres?, ¿bajo estas lógicas el titular de la ESEP aplica las políticas públicas que se han diseñado para modificar las condiciones de desigualdad y violencias contra las mujeres y niñas en los espacios educativos?
Pero en todos los niveles han sido bastante cuestionables e indignantes las declaraciones que no han hecho más que demostrar la falta de sensibilidad y han dejado claras sus prioridades, que no son la defensa y protección de los derechos humanos, sino la protección entre ellos. Pero, además, las autoridades no deparan en dar “opiniones” y acusar “campañas de desprestigio” que no sólo evidencia la protección del clan, sino que deja ver la inhumanidad con la que gobiernan un país, el desdén con el que se refieren a estas graves violaciones a los derechos humanos.
Las narrativas institucionales y de algunos medios han servido muy bien para construir enemigos, verdades históricas, santificar y victimizar a uno y criminalizar a otras; desviar la atención de los contextos criminales, feminicidas, de exterminio de personas y de los derechos mismos, son prácticas perversas que se han transmitido de gobierno en gobierno; pero que han sabido mantener bajo la “militancia de partidos”, como si hubiera diferencia en el grupo que están, hoy defienden a un grupo, pero mañana pueden pertenecer al otro y de la misma manera lo protegen y justifican.
La supuesta transformación y su segundo piso que se ha vuelto el eslogan de los últimos años no es más que el mismo gato revolcado; otras formas (además de las viejas formas) de mantener un estatus quo. Los tiempos de exterminio de los años de la guerra sucia no se han quedado en la historia, están en el presente; las desapariciones al estilo de antaño, cuando a jóvenes, activistas y periodistas se les desaparecía y en lo colectivo se manejaban narrativas de que “en malos pasos andaban y por eso se lo buscaron”, nos suena muy presente; lean los comentarios de las publicaciones que denuncian los hechos en lo que va del mes, ¿no les recuerda al pasado?
Una buena manera de conocer el tipo de sociedad que tenemos es echarse un clavado a las redes sociales, por ejemplo, a los comentarios de publicaciones que denuncian violaciones a derechos humanos o de los últimos hechos que han ocurrido, y siempre habrá un gran puñado de personas justificándolas; que en una pequeña frase escrita, evidencian todo su machismo, clasismo, sexismo, racismo que se mantiene en nuestra sociedad; que consideran que “hay formas bonitas” de exigir escucha y justicia, que desacreditan las luchas y denuncias, que siguen esperando comportamientos de las mujeres que no incomoden, que sea un festejo con acciones que han despolitizado el 8 de marzo; las burlas y violencias en sus comentarios dan una gran idea de lo lejos que estamos de vivir solo de abrazos y de ser “el estado más seguro”.
Desafortunadamente, la militancia se ha convertido en muchas ocasiones en fanatismo, ha llevado a no cuestionar lo que las autoridades deciden, los crímenes que cometen, el abandono del Estado ante la crisis y que sólo se protegen a personajes, pero no favorecen la crítica y análisis para modificar nuestros contextos.