Domingo, febrero 16, 2025

Narrativa y bestiario

Narrar es una capacidad que tiene el ser humano para, entre muchas cosas, dejar registro de lo que le acontece, lo que piensa, contempla y reflexiona. En otras palabras, dejar evidencia de todo lo objetivo y subjetivo de su mundo.

Narrar no es sólo un modo de trascender entre las personas a través del tiempo, definitivamente, es el arte de utilizar el lenguaje para alcanzar la trascendencia. Al respecto, Aristóteles señaló que la literatura debería de servir para “informar, conmover y deleitar”. Si bien no como una verdad científica, sí como una verdad humana que permita iluminar el espíritu, generando capacidades analíticas y críticas de su entorno y contextos.

Desde hace 3000 años antes de Cristo la narración ha existido, desde entonces, cada uno de esos escritos ha dejado una huella en la que podemos reconocer las épocas, estilos, formas de pensamiento y escritura, que siguen vivas e influyen profundamente en nuestro presente. Esos escritos han llegado a nosotros en diversos formatos: ensayos, crónicas, poemas, teatro, líricas y novelas, sean estas de cualquier tipo, cada una es un retrato, una radiografía de su presente, nos permite leerlo, conocerlo y comprenderlo.

No sólo la escritura de la historia como género aborda el pasado, la narrativa, la literatura, la poesía, lírica el teatro son también un reflejo fidedigno del pasado, tenemos múltiples ejemplos de ello, mucho autores que han sido brillantes con las letras e influido en las generaciones posteriores, van desde antes del Antiguo y Nuevo Testamento hasta Homero, Sófocles, Horacio, Maquiavelo, Alighieri, Petrarca, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Shakespeare, Kant, Diderot, Voltaire, Goethe, Poe, Dickens, Tolstoi, Dostoievski, Kafka, Camus, incluidos los múltiples autores mexicanos y Latinoamericanos de la talla de Borges, Cortázar, Sábato, García Márquez, Lorca, Yáñez, Rulfo, Arreola, Fuentes y Paz.

La literatura, la novela, la poesía son también huellas del pasado, muchas veces borradas por la historia, esas narrativas suelen ser los silencios de la historia, lo olvidado por los especializados escritores del pasado. Son narrativas que refieren a lo fantástico, lo imposibles, las utopías y las distopias, son el reflejo del infinito imaginativo de las sociedades, un infinito formado por el lenguaje y su fina articulación. El lenguaje como un infinito de las ideas y las cosmovisiones de las épocas pasadas y presentes.

No por algo siempre se ha dicho que “la historia la escriben los ganadores, mientras que la literatura la escriben los que padecen la historia”.

Todo este orden de ideas me lleva a recordar el trabajo del maestro Juan José Arreola intitulado Bestiario. En esta obra Arreola presente una semejanza de los animales o bestias con el hombre, el cual siempre tiende a imitarlas, intenta semejarse el sujeto a su animal favorito. Arreola en su Bestiario habla de la mujer, el rinoceronte, el gallo, la serpiente, los conejos, toros, avestruces y múltiples animales más, asociadas a los problemas cotidianos de la vida humana, ese otro bestiario “racional”.

Una de las frases más paradigmáticas de Arreola en su Bestiario revela la derrota del amor, la desilusión del bestiario ante el desencanto afectivo, la desilusión amorosa: “Como a buen romántico, la vida se me fue detrás de una perra…”.

Siguiendo los pasos de Arreola, podemos asumir que el rescate de la literatura, la novela, la poesía, el teatro, así como del espíritu crítico, la reflexión, el lenguaje, la libertad y el amor, podría ser el corazón de un cerdo.

Regresar a la literatura, la lírica, la poesía, el teatro, la novela o bien al corazón de un animal como el cerdo, órgano similar al humano, que, sin llegar a serlo, puede salvar lo humano, al menos por un pequeño instante. Las narrativas y los bestiarios salvan al bestiario.

Elementos significativos para protegernos de la manipulación política y fomentar la creación, la imaginación, la expresión, empatía que alimentan el discernimiento moral, ético y otorgan, sobre todo, libertad.

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