Con la votación del próximo domingo 1 de julio concluirá una de las etapas, quizá la más importante, del proceso electoral 2018. Se trata de las elecciones que han sido calificadas como la más grande en la historia mexicana, tanto por el número de cargos en juego, como porque los resultados podrían significar el cambio de régimen político y económico que ha imperado en los últimos 30 años en el país.
Pero también serán unas elecciones que pasarán a la historia como de las más violentas, pues desde que empezó la organización del proceso comicial en 2017 hasta la semana pasada se registró un número importante de asesinatos –más de 110, según reportes periodísticos–de candidatos de casi todos los partidos políticos, de militantes partidistas e incluso de personal de institutos electorales.
Ahora el exhorto hacia los ciudadanos por parte de autoridades civiles y eclesiásticas es que acudan a las urnas a depositar su voto de manera libre y consciente, por el candidato o partido político que consideren los representará mejor o tiene las mejores propuestas para el desarrollo y bienestar del país.
Este llamado también lo ha hecho la iniciativa privada, ya sea de manera particular por cada empresario o en por grupo, vía organismos empresariales, aunque en este caso la constante ha sido el infundir el miedo entre la población ante la supuesta posibilidad de que el triunfo del candidato presidencial opositor traerá consecuencias negativas para el país.
A dos días de la elección, es posible que la mayoría de ciudadanos ya tengan definido por quién votarán para presidente de México y para quienes integrarán la cámara de Senadores y la de Diputados federal, así como el Congreso local.
Quienes no hayan decidido aún si acudirán a votar o por quién, el exhorto es que ocupen unos minutos de su tiempo para sufragar. En estas elecciones nadie les reprochará votar con el cerebro-consciente, con el corazón-esperanza o con el estómago-enojo o hartazgo. Y con esos mismos sentimientos exigir a las nuevas autoridades cumplan su palabra.