Domingo, marzo 23, 2025

Mextapo

En el mundo de la ficción literaria las narrativas suelen desbordarse, particularmente aquellas llamadas fantásticas. Esta escritura podría ser poco o nada formal, puede elucubrar mundos, realidades, construir utopías, crear distopias y hasta atreverse a explicar las anomalías de una sociedad. Son un conjunto de posibilidades narrativas que pueden o no ser algo que acontezca realmente. La licencia literaria que las reviste va en consonancia con la capacidad creativa de su autor y no da márgenes para una crítica o a la aclamada exigencia de ecuanimidad o veracidad.

Con ánimo ficcional, apocalíptico y lúdico, es que se plantea en estas líneas una posible realidad, el posible resultado que tendremos a corto plazo sobre un discurso emanado del gobierno federal y replicado hasta el hartazgo por los gobiernos locales de la Cuarta Transformación, así como por amplios sectores civiles que presumen creer, amar y ser felices en su transformación.

El discurso proferido por el Ejecutivo no ceja de repetir desde hace casi un lustro proclamas en torno a la tranquilidad, la paz, la Guardia Nacional, las fuerzas armadas y su papel a cargo de la seguridad pública. La narrativa de este gobierno ha dotado a las fuerzas armadas de un poder supremo real, nada simbólico, un día sí y el otro también alaba a los mandos militares, presume que su pueblo confía, al igual que él, en sus fuerzas armadas, que el pueblo también aprueba su desempeño y respalda sin miramientos el proyecto de la Cuarta Transformación que él y, obviamente, sus militares representan.

El propio presidente ha dicho que en su transformación los cuerpos castrenses han sido fundamentales, pues le han auxiliado en su tarea de gobernar el país, porque han colaborado en el desarrollo de los proyectos de infraestructura, salud y seguridad. En otras palabras, el Ejecutivo ha sostenido que los militares son un “tesoro” invaluable porque, entre otras cosas, han suplido empresas constructoras y contratistas neoliberales y corruptos. Por ello, bajo su lógica, es menester ampliar el periodo de las fuerzas armadas a cargo de la seguridad pública.

La distopia de esta arenga meramente nacionalista y peligrosamente autoritaria nos remite de forma cuasi automática a aquellos discursos históricos en los que los sistemas totalitarios, como el Nacional Socialismo Nazi, por ejemplo, se refirió también al “tesoro” que encontró en las fuerzas armadas alemanas. Ese discurso se robusteció cuando el nazismo logró consolidar una policía política dependiente de la milicia alemana, la cual fue unificada en la tristemente célebre Gestapo.

En torno a la Gestapo hay muchos mitos y leyendas oscuras, algunas muy bien fundamentadas y otras no siempre reales o comprobables. Lo que sin duda es una realidad, es que esta corporación se gestó por la necesidad del poder soberano de Hitler por unificar y centralizar la policía del régimen en un solo cuerpo, que aglutinara las corporaciones civiles y respondiera a una dirección castrense, tan fue así, que la Gestapo subsumió incluso al cuerpo policial y parapolicial de la SS, entonces a cargo del temible Himmler. La Gestapo nació con una poderosa autonomía para decidir sobre la seguridad nacional y para administrar los campos de concentración, trabajo forzado y, posteriormente, de exterminio.

A partir de septiembre del año 1939, la Gestapo comenzó sus operaciones con un aproximado de mil y 500 agentes, los cuales se subdividieron en áreas o secciones de trabajo. Una estuvo dedicada a la persecución de los enemigos del régimen, a decir: marxistas, comunistas, reaccionarios y liberales. Otra área estaba destinada a vigilar las iglesias, tanto católica como protestante, así como sectas religiosas: judíos y masones. Valga decir que los protestantes gozaron de mayor tolerancia en la persecución de la Gestapo.

Otra área vigilaba la permanencia de los territorios de ocupación nazi, se encargaba del espionaje extranjero, nacional y controlaba las fronteras, sobre todo, a los extranjeros que ingresaban a Alemania. A pesar de tener una considerable dirección castrense, la Gestapo estuvo conformada por civiles que pertenecían a las clases medias–altas y altas, jóvenes ligados a las fuerzas policiales y castrenses alemanas y con una sólida formación académica e intelectual, así como un arraigado y desquiciante espíritu nacionalista.

La Gestapo, bajo el discurso de Hitler, era una fuerza policial que velaba por la integridad, el bienestar y la salud del pueblo alemán, pugnaba porque el cuerpo social de Alemania no fuera enfermado por factores–actores externos, extraños. Aunque hay que señalar que el “éxito” de la Gestapo como policía–militar de investigación no consistió en su eficiente investigación, pues tenía un número reducido de miembros, para los cuales era más que imposible hacerse cargo de las tareas o carteras asignadas, así como de dirimir legalmente los castigos que cada persona o grupo que era detenida e interrogada por este cuerpo policial. El real “éxito” de la Gestapo radicó en la incorporación de la sociedad civil en la función de vigilancia y señalamiento de las personas sospechosas de enfermar el cuerpo social. La sociedad civil fue la policía más “exitosa” para el eliminar las amenazas alemanas.

La sociedad entregaba–delataba a aquellas personas que hablaban mal del régimen en la calle, las cantinas, aquellas personas que escuchaban estaciones de radio extranjeras, mujeres que tuvieran relaciones sexuales con extranjeros, trabajadores extranjeros que tuvieran amoríos con esposas de militares alemanes que estaban peleando la guerra, sacerdotes que hacían política contra el régimen, judíos escondidos, masones y comunistas que a sus ojos conspiraban, obreros rebeldes, etc. La población fue tajante y delató siempre a toda persona que contradijera el discurso que su soberano vertía diariamente en cadenas informativas nacionales. La voz del supremo era un dato puro que no debía ser cuestionado ni con el pensamiento, muchos menos en voz alta, y tanto la población, como la Gestapo, estaban ahí para validarlo, respaldarlo y cuidarlo.

Sin duda, en esta ficción, la hipocresía de todo demócrata se asoma cuando oculta su anhelo de tener un pueblo sabio como el alemán, un pueblo que ama su país, que ve en su nacionalismo un cuerpo sano, que cree y es feliz con el dato del supremo, así como una Gestapo que lo auxilie y sea un “tesoro” que lo ayude en las tareas de gobernar.

Así, la ficción de nuestra Mextapo camina sin parangón y contrapeso, como anomalía, como una distopia proclamada como un bello descubrimiento humanista, democrático y liberal. El pueblo lo merece, porque amor, con amor se paga.

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