¿Cómo es que los hombres llegamos a considerar a las mujeres como una especie de objeto mediante el cual podemos satisfacer nuestro placer sexual? La imposición de nuestros deseos o mandatos masculinos tienen como base la violencia que se nos fue instalando socialmente bajo un largo proceso educativo en nuestros diferentes espacios de vida.
Apenas somos niños de 3 años y a algunos hombres ya nos enseñan darle un “inocente” besito a la niña, sin que previamente se nos enseñe a saber respetar la voluntad real y no viciada de la otra persona. Luego, cerca de la adolescencia hay niños que experimentan su sexualidad a través de besos y caricias desde una lógica de manipulación, con argumentos como “si de verdad te gusto o me amas me permitirás besar y tocar tu cuerpo”. Más tarde, en la adolescencia, la manipulación hacia las mujeres se afianza para acceder a imágenes del cuerpo desnudo y al coito, los hombres que actúan así suelen mostrarse como ejemplo para sus pares. Ya al final de la adolescencia o en la juventud, un gran porcentaje de hombres vivirán parte de su sexualidad a través del acceso a mujeres en situación de prostitución, sin distinguir las condiciones por las que llegan, si viven violencia, si la vulnerabilidad las colocó en esta posición o si son víctimas de redes de trata, aquí concretarán el aprendizaje de que los hombres podemos imponer nuestra sexualidad por diversión a través del poder económico.
A estas alturas ya hay un largo proceso que nos ha enseñado que la mujer es una especie de objeto o mercancía donde puedo imponer mi deseo sexual de forma unilateral, ya sea por la manipulación, el dinero o una posición de poder. En la trata de mujeres y niñas, los consumidores–demandantes de mujeres son un actor clave para la existencia de este problema, sin embargo, son socialmente aceptados, tolerados e invisibilizados. Su existencia se refuerza a través de otros mecanismos como la pornografía, espectáculos de baile, existencia de lugares de prostitución, donde siempre entra en juego el dinero y el poder masculino, y no el cuidado de las mujeres y las niñas. En esos espacios se ocultan o niegan las violencias que las mujeres viven y se plantea como único deber de ellas complacer a los hombres.
Por otra parte, el proceso de mercantilización del cuerpo de las mujeres y las niñas como objeto de placer sexual, se fortalece por la impunidad. En Tlaxcala no se han concretado estrategias que contribuyan a erradicar los espacios prostitucionales y de explotación sexual donde se ejerce violencia desde el consumidor–demandante y desde las redes de tratantes.
La Ley Municipal del Estado de Tlaxcala especifica en su artículo 33, fracción XXXIV, que los “Planes de Desarrollo Urbano Municipales deberán establecer la prohibición de usos de suelo para casinos, centros de apuestas, salas de sorteos, casas de juego y similares, cualquiera que sea su denominación, para centros donde se presentan espectáculos con personas desnudas o semidesnudas….”, además, la ley estatal en materia de trata de personas, establece en el artículo 8, fracción IV, que “corresponde a los municipios prevenir y detectar conductas relacionadas con la trata de personas, a través de los trámites para el otorgamiento de licencias de funcionamiento e inspección y vigilancia a los establecimientos donde se vendan o consuman bebidas alcohólicas, salones de masajes, hoteles, restaurantes, cafés internet y otros donde puedan promoverse o llevarse a cabo las mismas”.
Para avanzar ante el problema de la trata de mujeres y niñas en Tlaxcala, desde una visión de la masculinidad y la generación de la demanda, se requiere, entre otras cosas, que las políticas públicas logren lo siguiente:
Desarrollar procesos educativos y reeducativos de la sexualidad masculina, para que ésta no tenga como base la violencia y el poder sino el consenso y el cuidado.
Desestructurar los espacios prostitucionales y de explotación generados por la demanda masculina.
La sexualidad, el deseo y el placer masculino nunca deben sustentarse en la violencia, esa transformación depende de todos, y por supuesto las instituciones tienen una responsabilidad.
*Centro Fray Julián Garcés Derechos Humanos y Desarrollo Local A. C.
