Domingo, febrero 16, 2025

“Lucrar con el dolor”

Es sabido que los familiares con personas desaparecidas e ilocalizables viven un flagelo que no se puede comprender ni narrar fácilmente y que no hay experiencias, por más completas que sean, que nos alcancen para nombrar sus sentires. Es un latente dolor que les arranca y acorta la vida aceleradamente. Son, sin duda, algunos de los padecimientos que deja la ausencia, el vacío, la falta de verdad y de justicia.

Por múltiples testimonios escuchados y trabajos publicados sabemos también que los familiares con seres desaparecidos se encuentran en un punto en el que la ausencia de su ser amado no admite ya parcialidades, la ausencia toma partido, toma todo. Los familiares quedan entrampados en el círculo vicioso de lo inhabitado, ello representa un sufrimiento doble, un dolor estéril que elimina todos sus sentidos primarios y los aleja de la contemplación, les impide comprender y comprenderse en eso que llamamos mundo. Viven sumergidos en su universo personal, es decir, en la más profunda de sus soledades.

El familiar del ser desaparecido experimenta todo el tiempo ese vaciamiento que deja la muerte, pero no puede resolverlo a través del duelo, como se afronta el fallecimiento, el ser ausente se convierte en un fantasma que visita, ronda y se va. Un fantasma que existe únicamente en el mundo de los recuerdos que los vivos tienen, aún con toda la carga nostálgica que ello conlleva, el recuerdo es el último eslabón que los suele atar a la tierra.

La violencia que padece la familia del ser desaparecido no sólo destruye la dinámica familiar, su identidad y funcionamiento, también destruye su lenguaje y todo el entorno que los rodea, esos familiares padecen algo más que una pérdida ambigua, los efectos de la ausencia y la presencia fantasmal de su ser querido son más que enérgicos. Es una ambigüedad vivir ante tanta ausencia y presencia al mismo tiempo, están entrampados entre el pasado y el presente.

Cuando las familias pueden narrar esa ausencia regularmente lo hacen desde una fractura del propio lenguaje, no están claros de los tiempos verbales, es cómo aquel relato creado por Gabriel García Márquez en sus Cien Años de Soledad: “no nos iremos –dijo-. Aquí nos quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo. –Todavía no tenemos un muerto –dijo él-. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra. Úrsula replicó, con una suave firmeza: si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero”.

Algo semejante sostuvo el poeta Javier Sicilia en su libro El Deshabitado: “ante la ausencia la persona queda encerrada en una escafandra, queda rota, mutilada, atrapada en la nada, en el vacío, deshabitada”. Además de la perdida de sentido del tiempo, los familiares suelen sentir una asfixia interior que va y regresa, padecen un continuo mareo ante el horror permanente, un horror en el que ni las virtuales teologales o religiosas suelen ser insuficientes para mantener la vida con dignidad.

Jorge Semprún sentenció también que el sujeto que le han desaparecido a un ser querido es un “regresado”, un sujeto que regresó del horror, de lo innombrable, regresó de donde no hay palabras para enunciar su experiencia, la experiencia del horror vivido. Los familiares de desaparecidos son como los “regresados” que aludió Semprún, son esos supervivientes en turno, los testigos que aparecieron ante la desaparición de un familiar, los que emergieron en esa realidad colmada de ausentes, en esa realidad disponible a los ojos de todas y todos.

Una y otra vez, de todas las formas posibles, los desaparecidos nos han demostrado que la experiencia de la ausencia es invivible, pero no indecible como se supone. Nos han demostrado que la ausencia de un ser querido ante su desaparición es un relato posible, cargado de toda su densidad en el momento de su recreación. Siempre puede decirse todo, el lenguaje lo contiene todo. Se puede nombrar el mal, su sabor de adormidera, sus dichas mortales. Puede decirse todo de esta experiencia. Basta con pensarlo.

Es en ese pensar, en ese hablar de los familiares de desaparecidos, es que se ha hecho visible su experiencia como regresados, se ha vuelto legible su mundo profundo, ese mundo subjetivo que, hasta ahora, no ha sido aprendido y aprehendido del todo, pero sí rechazado con punzante indiferencia por todas las autoridades que han pasado durante, al menos, los últimos tres sexenios en nuestro país.

Los familiares buscan, caminan, olfatean la tierra, auscultan el subsuelo, van a todos los lugares que huela a muerte, aunque todos los rincones del país huelan a cementerio clandestino. Donde el olor a morgue se asoma, donde hay ropa tirada, cenizas, cabellos, uñas y huesos, ellos estarán presentes, en la indigna labor que los gobiernos les han endilgado y los medios han más que naturalizado a través de epítetos como “Colectivos/as de Busqueda”, “Sociedad Civil Organizada” y, sobre todo, “Madres Buscadoras”. Si esta anomalía no fuera suficiente, hay autoridades y medios de comunicación que señalan que estos actores son “víctimas” y que, por naturaleza, se movilizan por una causa justa, por tener una “digna rabia”.

El gobierno federal y los gobiernos locales, así como el de la Ciudad de México, han dado nuevamente una muestra de cómo han utilizado los aparatos del Estado y los medios de comunicación no sólo para denostar, sino para deslegitimar y, peor aún, para estigmatizar una causa de por sí anómala, como es el buscar un ser querido desaparecido, hoy ante el aparente hallazgo de una fosa o crematorio clandestino en la inmediaciones de Tláhuac e Iztapalapa.

El presidente señaló que aquellos que sostienen es un crematorio clandestino de personas, “son gente que se aprovecha del dolor de las personas que tienen un ser desaparecido, que son gente que no los quieren [sic] y que están en contra y, que pertenecen al bloque conservador”.

Por su parte, el jefe de Gobierno de la gran ciudad señaló que “es un montaje frustrado destinado a lucrar con el dolor humano”.

El problema no estriba en si el supuesto hallazgo de las fosas o crematorio clandestino haya sido o no de personas o animales, sino el desprecio que el gobierno federal y los gobiernos locales repiten como un guion heredado por los regímenes del pasado, esos de los que presumen estar distanciados y ser diferentes.

Es inconcebible se utilicen hoy todos los aparatos del Estado para enfrentar a las personas que buscan a sus seres desaparecidos, en lugar de poner todo el aparato del Estado mexicano y los gobiernos locales a favor de la búsqueda de personas, la búsqueda de la verdad y, sobre todo, la aplicación de la justicia.

El clima electoral crispa los ánimos del gobierno del cambio, tal como en el pasado, es mejor la exhibición, la reprensión, el silencio, el eterno carpetazo y a seguir adelante con los fines político–electorales.

Esos carroñeros del voto resultaron ser, al igual que los del pasado, todos unos cínicos, indolentes y autoritarios. Y así es como invitan a la población los ayuden a “la construcción del segundo piso de la transformación”. ¿Quiénes son los que han lucrado con el dolor?

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