Dos afirmaciones me resultan sorprendentes del libro Miradas que construyen. Los públicos en el torbellino fílmico de La Escondida de Rodolfo Juárez (GET–Conaculta–ITC, Tlaxcala, 2013) La primera: “Para los tlaxcaltecas fue, sin duda, una nueva conquista, como aquella sucedida con los españoles hace casi cinco siglos; fue el encuentro con un nuevo mundo” (p. 71), considerar que los cambios producidos en una comunidad pequeña por estar en relación con la producción y la exhibición de una película se me hace un despropósito. ¿La Escondida provocó entre los tlaxcaltecas un nuevo mestizaje cultural?
La segunda: “Ni antes, ni después de La Escondida ha existido filmación alguna que desate tanto interés en los públicos locales, que despierte tanto morbo entre los lectores y que anime a la población para involucrarse en el rodaje…” (p. 83), simplemente por la cantidad de habitantes que había en la década de los cincuenta y la de fines de los noventa, hace que los que acuden a “mirar” la producción y la exhibición de La Máscara del Zorro, sea infinitamente superior y lo mismo puede decirse de la Cristiada y Andy García, que también fue filmada en parte del territorio tlaxcalteca.
Después de haber leído los agradecimientos, el prólogo y la presentación, en esta última De los Reyes apunta que es “un trabajo pionero”, el registro de los mirones en la producción de una película rodada en escenarios naturales de Tlaxcala: La Escondida.
En la introducción, Rodolfo Juárez explica que se trata del “análisis” de los públicos del hecho fílmico y el hecho cinematográfico que se producen en la filmación de la película cuyo guión fue escrito por el lopezvelarde tlaxcalteca. Es decir, “los que miraron” la filmación de la película y “los que miraron” la película en la sala de exhibición.
Juárez ubica como categoría central el concepto de “representación”, lo que sin duda, como más adelante expresa, depende del capital cultural del “mirador”. El cómo se represente a sí mismo una película depende del estrato socioeconómico al que pertenezca, lo que hace que la interacción entre el que ve producir, como el que la ve producida, le permita representarla desde esos contextos.
El autor considera que fue muy amplia la expectativa de los “mirones” cuando se sabe de la filmación de la película en Tlaxcala, sobre todo porque existía un medio impreso que socializaba la información, esto hace surgir una nueva pregunta: ¿Cuántos tlaxcaltecas sabían leer en 1955? Lo que significa que los mirones que se movieron fueron los de la clase alta local, la que estaba ligada con los espacios de poder donde se filmaría: los hacendados.
El cine mexicano, habrá que recordar, cobra auge por una coyuntura externa, los estudios de Hollywood se convierten en arma propagandística de las potencias aliadas durante la Segunda Guerra Mundial y el cine mexicano entra como sustituto de éste, pero realizado, en y desde México.
Por otro lado habrá que recordar el interés de Miguel N. Lira para promocionar que La Escondida se filmara en Tlaxcala, porque abonaría a sus “aspiraciones políticas”, las que había comenzado a cultivar en 1953 al aceptar la presidencia de la Asociación Tlaxcalteca de la Cultura (ATC), a través de la que se desarrolla un programa “presentando espectáculos decorosos, ballet y tríos… Desde luego debo advertirle –dice en Carta a María Teresa Montoya– que trabajamos a base de abonos para poder sacar exclusivamente el costo de producción…” (Epistolario, p. 205).
José Vasconcelos había publicado una carta abierta en la que apuntaba: “El pueblo de Tlaxcala, tiene ahora la oportunidad de darse un gobernante ejemplar, votando por Miguel N. Lira “(Epistolario, p. 223) aspiración que confirma Lira, tiempo después, al remitir una misiva a López Mateos: “Usted sabe de mis ambiciones, legitimas, y de mis propósitos de buena fe. … Solo que ahora van dirigidos hacia una posición política diversa –de menor trascendencia local pero de mayor amplitud general– en la que sé que con esfuerzo y dignidad, sabría representar a mi pueblo,… Ayer estuvo usted en la posibilidad de lograr, para mí, la representación más alta del estado. Se perdió por causas que nos son ampliamente conocidas…” (Epistolario, p. 247).
El atractivo de Tlaxcala como set cinematográfico duró unas cuantas películas y no se volvió a utilizar sino hasta muchos años después, particularmente durante el sexenio de Beatriz Paredes, cuando se diseña el Jardín Botánico de Tizatlán y se construye la sala de cine Miguel N. Lira, pero sobre todo por la actividad que realiza en la promoción, en la producción y en la exhibición de películas Alejandro Pelayo Rangel.
Algunos pueblos pero más que nada las haciendas han sido espacio para la filmación de algunas películas en las que participan muchos mirones de la producción, y casi todas ellas son exhibidas, lo que le da la oportunidad a una población mucho mayor de mirarla.
El libro de Rodolfo Juárez, efectivamente es un trabajo pionero al estudiar la forma en que interactúan “los públicos” que ven o participan en la producción de una película y los que ven la película, pero el cine, en Tlaxcala, no ha tenido la trascendencia que le asigna, aunque su consumo sea alto por la vía de la televisión y la reproducción pirata.