Viernes, marzo 29, 2024

¿Los guerreristas estadunidenses han sido derrotados en Venezuela?

Durante las últimas semanas los medios de comunicación han transmitido noticias sobre el despliegue  de un cerco militar estadunidense en la zona costera venezolana que ha sido interpretado como preparativos para una intervención directa de Washington para derrocar a Nicolas Maduro. En el mismo tenor ha sido presentado el hecho de que un fiscal ha formulado cargos de narcotráfico contra el presidente venezolano y varios de sus principales colaboradores. Estos dos elementos han revivido las imágenes de 1989, cuando George Bush padre invadió Panamá para detener a Manuel Antonio Noriega e implementar el neoliberalismo en ese país.

Sin embargo, aunque el cuadro encaja perfectamente en la imagen del cowboy justiciero que es tan importante en la idiosincrasia de los estadunidenses, este no es del todo cierto. En la estrategia de Donald Trump estos dos movimientos son meros acompañamientos de su nueva política respecto a Venezuela. Los elementos fuertes son otras noticias que no han recibido la atención necesaria. A lo largo del primer trimestre de este año Washington había venido presionando a Rusia para que renunciara a su respaldo a Nicolás Maduro y la formula que implementó fue la de imponer sanciones a Rosneft y sus filiales por comprar y vender petróleo venezolano, medida que además de representar un respiro a la economía bloqueada de Venezuela representaba un abierto desacato a la estrategia estadunidense. Además, Estados Unidos vetó la solicitud de préstamo hecha al Fondo Monetario Internacional por el gobierno venezolano.

En ese sentido, los militares desplegados por Estados Unidos y las acusaciones por narcotráfico son medidas, que si bien pueden ser utilizadas en el futuro para invadir Venezuela, en este momento lo que buscan es impedir que siga saliendo petróleo de ese país para terminar de ahogar a la economía del país sudamericano. Y las sanciones contra Rosneft fueron un mensaje claro para que Vladimir Putin dejara de sostener su intención de tener en América Latina una fundamental cabeza de playa de cara a la lucha por la hegemonía mundial que viene desarrollándose desde hace varios años y que ha sido acelerada por la pandemia del Covid–19.

Rosneft anunció a finales de marzo que cerraba sus operaciones en Venezuela. El triunfo parecía inminente y Donald Trump se apresuró a presentar un plan de transición que en la práctica era el anuncio de que los Halcones de Washington habían perdido el pulso en la Casa Blanca. El primer paso era la eliminación del poder dual que ha existido en Venezuela y el regreso a la institucionalidad que Estados Unidos rompió. Maduro y Guaidó renunciarían. Una Asamblea Nacional restaurada nombraría un Consejo de Estado integrado por dos representantes de cada facción, junto con un quinto miembro que daría el fiel de la balanza. Este Consejo de Estado se encargaría de convocar a elecciones en un plazo máximo de un año. Una fórmula que ha sido implementada por las palomas de la Casa Blanca desde tiempos de James Carter y su papel en la crisis que concluyó con la renuncia de Anastasio Somoza Debayle en aquel lejano julio de 1979.

Sin embargo, la respuesta rusa fue un revés para la propuesta. En primer lugar Rosneft sí salió de Venezuela, pero sus acciones fueron compradas por un consorcio estatal ruso. Con ello, la petrolera queda fuera del alcance de las sanciones estadunidenses y de persistir Washington en su intención de bloquear la salida del crudo venezolano se enfrentaría directamente con el gobierno y el ejército comandado por Vladimir Putin. Inmediatamente después se anunció, sin confirmarse todavía, que Rusia, China e Irán enviarían tropas y armamento a Venezuela para evitar una intervención militar directa de Estados Unidos. Al conocerse el “plan de transición”, Rusia lo calificó de absurdo porque en su diseño no fue incluido Maduro y su equipo. Y que Putin se encontraba listo para negociar directamente con Trump.

Estos movimientos no desechan completamente la medida propuesta por el sector más político de la Casa Blanca, pero pone un nuevo escenario. Si Donald Trump acepta que no puede implementarla unilateralmente tendrá que negociar con Vladimir Putin y Nicolás Maduro, lo que en sí mismo es una derrota de su política. Además, en esas negociaciones a tres bandas lo de menos es que Washington tendrá que aceptar que Maduro y su equipo seguirán teniendo presencia política en Venezuela. Lo más importante es que la Casa Blanca tendrá que convivir con una Rusia fuerte en América Latina, que es una medida acorde con la nueva realidad geopolítica mundial.

De confirmarse este escenario, no solo habrían sido derrotados los guerreristas estadunidenses, sino que estaríamos ante la declaratoria formal de que Estados Unidos entrega definitivamente su papel de hegemón mundial que ha detentado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

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