Los compromisos de la presidenta son un tema que llama a la familia mestiza. Entre los olores y la degustación de unos tacos de canasta, se encuentra la familia mestiza. Sábila, la flor más bonita del ejido, siempre con un huipil bordado, se acomoda cerca de Teutila, la reina de las ferias, quien no suelta el sombrero de palma. Frente a ellas: Jicotencal, Tránsito y Margarito.
—¿Escucharon eso de los 100 compromisos?—, pregunta Jicotencal, mientras muerde un taco de chicharrón. Dice que va a cumplir con 100 cosas nomás de entrar, ¡como si fuera tan fácil!
Sábila, que siempre está enterada de las noticias, asienta con la cabeza mientras reordena su puesto de quesos de Tlaxco.
—Pues dicen que la señora Sheinbaum no es de hacer promesas en vano, ¿eh? —comenta Teutila, abanicándose con una Jornada de Oriente-Tlaxcala. Dicen que gobernó bien la capital y ahora va a repartir su experiencia por todo el país.
—Pero, ¿tú crees que algo de eso nos caiga aquí en Tlaxcala?—, pregunta Tránsito con escepticismo, mientras busca en el fondo de su morral una botellita de mezcal. Porque nosotros nunca vemos ni un clavo.
—¿Tlaxcala? ¡Si ni siquiera nos ponen en el mapa!—, exclama Margarito, el más bromista del grupo. Apenas si saben que existimos, ¿tú crees que nos va a tocar algo de esos compromisos?
—Pos a lo mejor sí, algo pa’ los ranchos, pa’ los campesinos, ¿no?—, responde Sábila, tratando de mantener la esperanza.
Teutila se encoge de hombros: Bueno, si no nos cae nada, igual aquí seguimos. Pero uno no puede perder la esperanza, que a veces hasta en los tianguis pasan milagros.
Los que sí nos puede caer
—Uno de esos compromisos es sobre la economía popular—, suelta Jicotencal, que ya le había echado ojo a la lista. Que no van a subir la gasolina ni el gas, eso ya es ganancia, ¿no?
Teutila, que es la más cínica del grupo, frunce el ceño.
—Sí, claro, pero ¿cuándo ha pasado que no suban la gasolina?—, se burla. A lo mejor no sube, pero cuando la mires, ya ni carro tienes.
—Pos la Sheinbaum dice que van a mantener la austeridad republicana, que no habrá lujos ni privilegios—, comenta Sábila, mientras envuelve un trozo de queso en papel de estraza.
Margarito, que siempre encuentra el lado gracioso, se ríe fuerte.
—¡Austeridad republicana! Pues aquí vivimos en la “austeridad tlaxcalteca”, y no por elección. ¡Aquí lo único que nos sobra es la pobreza!
—Pero, que no escucharon, también habrá apoyo para las mujeres artesanas, pa’ vender huipiles y alfarería—, interviene Teutila, que hace bordados en sus ratos libres.
—¿Y tú crees que van a venir hasta acá a comprarnos los huipiles?—, se ríe Margarito. Lo más seguro es que nos los compren los mismos que aquí vendemos.
Jicotencal, que siempre parece estar más informado, continúa: No solo eso, también dicen que van a digitalizar todos los trámites, para que ya no haya que hacer filas ni ir a oficinas, ¿se imaginan?
—¡Hombre!—, exclama Tránsito, ahora sacando su botella de mezcal y sirviendo un poco en pequeños vasitos. Pa’ cuando digitalicen todo, aquí en Tlaxcala vamos a seguir peleándonos con el internet que ni llega.
—Y si llega, es peor que las viejas antenas de tele, bromea Margarito, levantando su vasito de mezcal. ¡Por eso brindemos! Porque de promesas estamos llenos, pero el internet, ese no lo vemos.
Promesas que se desvanecen
Mientras el sol empieza a caer, Tránsito, siempre desconfiado, decide meter más leña al fuego.
—Miren, yo solo digo una cosa: promesas hemos oído muchas, y de esas, cuántas se han cumplido aquí… ni la mitad, ni la cuarta parte.
—No seas amargado Tránsito—, le dice Jicotencal, dándole un sorbo a la botella de mezcal que ahora pasa de mano en mano. Esta vez se siente diferente, ¿no? Eso de que van a meter médicos a las casas de los viejitos, a lo mejor ahora sí nos toca. Mi tía Felipa ya necesita un par de rodillas nuevas.
—¿Qué tanto diferentito se siente?—, responde Teutila. Mira, a Felipa no le toca ni el hueso de las promesas.
—Lo que es cierto—, interrumpe Sábila, con un tono más serio, es que la Sheinbaum dijo que no va a haber gasolinazos y eso ya es algo.
—¡Ja!—, ríe Margarito. ¡Ya verás que el gas no sube, pero tampoco baja! Y los baches, esos siguen creciendo como si los sembraran.
—Pero sí lo de los baches lo prometió —insiste Jicotencal—. Dijo que se iban a reparar miles de kilómetros de carreteras.
—Pos no le va a alcanzar pa’ todas las de Tlaxcala—, agrega Tránsito, negando con la cabeza—. A ver si al menos nos tiran tantito asfalto, aunque sea en el camino a mi milpa.
Teutila, que ya se ha acomodado mejor en su silla de plástico, dice: —Y si lo tiran, seguro queda como el “parcheado” que le hacen a la entrada del pueblo cada seis meses. ¡Un charquito de lluvia y se vuelve a abrir el hueco!
Lo que nos toca
Cae la tarde y el grupo ya se ha animado bastante. Entre risas y tragos, la conversación empieza a volverse más ligera.
—Yo lo que digo—, señala Sábila, recogiendo sus cosas, es que no importa cuántos compromisos hagan. Si nos cae algo, bien, y si no, pues seguimos igual que siempre.
—Es que Tlaxcala siempre ha sido así—, añade Teutila, ni nos quitan ni nos dan. Ya estamos acostumbrados.
—¡Pos sí!—, exclama Margarito, levantándose tambaleante. Al final, ¡qué más da! ¡Aquí seguimos, con o sin compromisos! Aunque si me ponen el internet gratis, igual me pongo a ver videos de gatos, que eso sí es útil.
—Mejor ve pensando en quién te va a arreglar esos baches de la entrada, Margarito —ríe Jicotencal—. Porque las promesas, ya sabes, vienen y van, pero Tlaxcala sigue en el mismo lugar… aunque no salga en los mapas.
—A mí me da igual si nos toman en cuenta o no—, dice Tránsito, ahora más relajado tras un par de tragos. Nosotros somos como las semillas del nopal: aguantamos, aunque nadie nos vea.
—Exacto —agrega Margarito—. Aquí nos la sabemos: trabajamos, aguantamos y nos reímos. Y si nos toca un “compromiso” que se cumpla, ¡pues qué bueno! Si no, seguiremos igual, pero siempre con buen humor.
—Y con mezcal —añade Tránsito, levantando la botella.
Así, entre risas y chascarrillos, el grupo se disuelve lentamente en la oscuridad del tianguis, con la certeza de que, compromiso o no, el verdadero poder lo tienen ellos: el poder de seguir adelante, con su humor intacto.