Las dos piezas principales y características del sistema político mexicano son: una Presidencia de la República con facultades de una amplitud excepcional y un partido político oficial predominante, escribe Cossío Villegas en 1973.
Continúa: “El amplísimo poder del presidente proviene no solo de las facultades que acertada o desacertadamente le dan las leyes, sino de otras fuentes… Una es el asiento de los poderes en CDMX, otra es la escala del poder civil oficial… la subordinación del Poder Legislativo al presidente es explicable, pues la mayoría parlamentaria está compuesta de miembros del partido oficial…”.
“Y no deben descartarse los efectos puramente psicológicos que estas situaciones producen, pues basta que la gente crea que un hombre es poderoso para que su poder aumente por ese solo hecho… La creencia de que puede resolver cualquier problema con solo querer o proponérselo”.
A medio siglo de las agudas observaciones de Daniel Cosío Villegas sobre el sistema político mexicano, resulta inquietante constatar cuánto persiste y cuánto ha cambiado en la dinámica del poder en el país.
La centralización del poder en la Ciudad de México continúa siendo una realidad innegable. A pesar de los esfuerzos por fortalecer el federalismo, las decisiones cruciales siguen emanando de Palacio Nacional, perpetuando la subordinación de los poderes locales al centro.
El sometimiento del Poder Legislativo al Ejecutivo, antes asegurado por la disciplina partidista, ahora se manifiesta a través de mayorías parlamentarias que, aunque diversas en su origen, parecen igualmente dóciles ante los designios presidenciales.
Quizás lo más preocupante sea la persistencia de esa “creencia” en el poder casi omnímodo del presidente. La idea de que un solo individuo puede resolver todos los problemas nacionales con su mera voluntad no solo persiste, sino que se ha exacerbado en la era de las redes sociales y la comunicación instantánea.