Las cámaras que todo lo ven. Era una mañana bulliciosa en el tianguis. Entre los olores de las frutas frescas y los chiles secos, la conversación se calienta como el comal de las tortillas.
Sábila, siempre la más atenta a los cambios en el tianguis, lanza el primer comentario, mientras observa las recién instaladas cámaras de vigilancia en el C2. Oye, ¿te das cuenta de que ahora somos el estado con más cámaras que vecinos?, pregunta, mientras acomoda las bolsas con las compras de la semana. Su tono es más burlón que preocupado.
Claro que lo vi, responde Jicotencal, el más sarcástico del grupo, con su típico tono entre irónico y cansado. Lo que no entiendo es por qué no me siento más seguro. Más bien, parece que me están filmando para algún reality show, de esos que luego salen en la tele. Porque seguridad, seguridad… como que no se ve.
Sábila asiente, compartiendo la risa que estalla entre los presentes. Dicen que es para nuestra seguridad, pero, francamente, la única seguridad que tengo es que alguien está vigilando cuántas tortillas compro cada semana. Las cámaras ven todo, menos lo importante.
Eso es lo curioso, interrumpe Margarito, desde el otro lado del puesto de frutas, mientras elige los mangos más maduros. Tenemos cámaras por todos lados, pero ¿acaso alguien ha visto que bajan los robos? Porque en mi colonia, los rateros están tan activos como siempre.
Es más, la semana pasada le robaron a mi vecino su bicicleta ¡y todo mientras la cámara del poste de la esquina supuestamente lo vigilaba!
Es que la tecnología es como el adorno, añade Jicotencal, poniéndose serio. Se ve muy bonita en los informes y en los boletines de prensa, pero en la vida diaria, ¿a quién le sirve? Invierten millones de pesos en esas cosas, pero a la hora de la verdad uno sigue sintiéndose igual de inseguro que antes.
Más insegura, diría yo, interviene Teutila, que hasta ese momento permanece en silencio. Porque ahora no sólo nos sentimos desprotegidos, sino que sabemos que además están gastando en cosas que poco sirven. ¿Cómo puede ser que con toda esta inversión, cada vez más personas digan que se sienten inseguras en su propio pueblo?
Homologación salarial para todos…
Teutila, siempre pendiente de las noticias locales, lanza el siguiente tema al aire. “Homologación salarial para los policías, eso dicen, comenta, mientras se acomoda el reboso. Prometen que los policías van a ganar más de 16 mil pesos al mes. ¿Quién diría que estamos a punto de convertirnos en la Suiza de México?
Margarito no puede evitar soltar una carcajada desde el fondo del puesto. Sí, Suiza. Pero sólo en los sueños. Porque aquí los policías siguen batallando para que les paguen a tiempo. ¡Imagina ganar 16 mil pesos al mes! Si ya ni las patrullas tienen gasolina, ¿cómo esperan pagarles esos sueldos?
Es como pedirle al burro que cargue más leña, pero sin darle agua, añade Tránsito, que, aunque de pocas palabras, siempre tiene una analogía a mano. Todo se escucha muy bonito en los discursos, pero en la práctica, seguimos igual que siempre. Los policías tienen promesas, pero lo que necesitan son pagos puntuales y equipo para hacer su trabajo.
Exacto, dice Sábila. Aquí siempre es lo mismo: prometen el cielo y las estrellas, pero al final ni siquiera les dan la nube. Hablan de homologación salarial, de que todos los policías del estado ganarán igual. Pero, ¿y los municipios? ¿De dónde va a salir el dinero para pagarles si apenas tienen para cubrir los gastos más básicos?
¡Es que es absurdo!, exclama Teutila, con una mezcla de indignación y resignación. Le piden al alcalde que suba los sueldos, pero no les mandan ni un centavo de más. Es como si te dijeran: Haz magia, pero sin varita. Y mientras tanto, los policías siguen con sueldos que apenas les alcanzan para sobrevivir. Todo suena muy bien en las conferencias de prensa, pero en las calles, la realidad es otra.
Y eso nos afecta a todos, concluye Jicotencal. Porque si los policías no están bien pagados ni equipados, ¿cómo esperan que protejan a la gente? Es como si a un panadero le pidieras que haga pan sin harina. Y mientras tanto, nosotros seguimos sintiéndonos igual de inseguros.
¡Destitúyanlos! Pero, ¿quién los reemplaza?
Y eso sin hablar de los directores de Seguridad Pública, dice Tránsito, alzando una ceja. ¿Supieron que quieren destituir a varios porque no aprobaron sus exámenes?
¡Por supuesto!”, contesta Sábila. Es el tema del momento. Pero, ¿de qué sirve destituirlos si no hay quien los reemplace? Es como si en el tianguis destituyeras al que vende las carnitas porque no las hace lo suficientemente jugosas, y luego pones a alguien que ni sabe cocinar. ¿Qué ganamos con eso?
Jicotencal capta la ironía y añade: Es como si quisieran cambiar el nombre del puesto, pero sin cambiar el producto. Quitan a uno y traen a otro, pero el sabor sigue siendo el mismo. Los problemas no se solucionan con destituciones, sino con reformas serias y recursos suficientes.
Margarito, con una mirada pensativa, dice: El verdadero problema es que los exámenes no lo son todo. Claro, es importante que los directores de seguridad estén bien capacitados, pero, ¿de qué sirve aprobar un examen si no tienes recursos para trabajar? Aquí lo que necesitamos es más inversión en las cosas que realmente importan, no sólo en las que suenan bonitas en los boletines de prensa.
Y mientras tanto, añade Teutila, los ciudadanos seguimos siendo los que pagamos el precio. Porque con o sin exámenes, con o sin directores destituidos, la percepción de inseguridad sigue creciendo. Nos sentimos igual de desprotegidos que siempre.
Inversiones que no llegan al pueblo
Margarito se adelanta a cerrar la conversación. Todo esto suena muy bonito en los discursos, pero cuando sales a la calle, la realidad es muy diferente. No importa cuántas cámaras instalen ni cuántos directores destituyan, si la gente sigue sintiéndose insegura, entonces algo está fallando.
El verdadero problema, continúa Sábila, es que las inversiones no llegan a donde realmente se necesitan. Se gastan millones en tecnología, en cámaras y en sistemas sofisticados, pero al final, lo que más se necesita es que los policías tengan lo básico: sueldos dignos, equipo adecuado y capacitación constante.
Y mientras tanto, nosotros seguimos siendo los protagonistas de esta película de inseguridad, añade Jicotencal, con una sonrisa sarcástica. Porque, al final, todo esto es como una obra de teatro: hay mucho espectáculo, pero poca acción real.
La paradoja es evidente: a pesar de las inversiones millonarias, la percepción de inseguridad sigue creciendo, como las plantas de un jardín que nadie cuida. Y así, el tianguis sigue siendo el espacio donde los debates, se cuecen a fuego lento, y donde las promesas del gobierno se compran baratas, pero la seguridad es un lujo que pocos pueden permitirse.