En reiteradas ocasiones hemos visibilizado que existe desigualdad entre los hombres y las mujeres, pues nosotros tenemos privilegios que nos permiten mantener una posición de superioridad frente a las mujeres y frente a otros hombres que el sistema patriarcal machista considera inferiores.
En la explotación sexual, estas desigualdades nos hacen creer que hay personas que valen más que otras, los hombres se vuelven más valiosos, por tanto son colocados en puestos donde dirigen, ordenan y ejecutan; mientras que las mujeres se convierten en mercancías vendibles de las cuales se obtienen cuantiosas ganancias que van a parar a manos de quienes dirigen las redes de explotación sexual. Recientemente los medios de comunicación visibilizaron que en América Latina los ingresos provenientes de la trata de personas ascienden a 12 mil millones de dólares, lo que significa mujeres y niñas prostituidas al servicio y satisfacción de los hombres.
Esa violencia se sostiene, entre otras cosas, por lo que Michael Kaufman (1994) llama la tríada de la violencia masculina: una dirigida contra las mujeres, otra dirigida contra otros hombres que se consideran inferiores a uno y una tercera dirigida contra uno mismo.
Primer pilar, violencia hacia las mujeres. En cada etapa de crecimiento que vivimos los hombres hasta convertirnos en adultos, se nos enseña e interiorizamos la dominación del cuerpo de las mujeres, su sexualidad y sus vidas. Esta dominación está sostenida con prácticas que parecieran inofensivas y hasta tiernas, por ejemplo: cuando se motiva al niño que le dé un beso o le haga ojitos a una niña (aun cuando ella no quiera); para la adolescencia se construye la idea de que los niños son los que eligen a las niñas, el papel de la adolescente será darse a desear y esto lo logra al presentarse según indique el estereotipo para considerarse atractiva. A los adolescentes hombres se nos hace creer que cuando una mujer dice “no” quiere decir sí y que solo está probando nuestra perseverancia, con lo cual anulamos su capacidad de decisión; en el adolescente y el joven se admira, premia y felicita el consumo de pornografía y prostitución, porque son elementos donde se demuestra la hombría. Este conjunto de elementos enseña a forzar el consentimiento de las mujeres y a imponer la violencia sexual y una larga lista de comportamientos generalizados y permitidos socialmente que crean un ambiente de dominación sutil o explícita de los hombres hacia las mujeres.
El segundo pilar de esta tríada es la violencia que ejercen los hombres hacia otros hombres. El modelo patriarcal impone la competencia entre hombres y por tanto la dominación, este mecanismo busca mantener la masculinidad dominante, sometiendo particularmente a los niños, ancianos y homosexuales. Este segundo pilar se aprende y mantiene con la presión del grupo de hombres, el cual funge como espacio socializador y las conductas que se hacen son bajo presión del mismo, el grupo diluye la propia responsabilidad de las acciones. Por ello cuando se argumenta que en la trata con fines de explotación sexual también hay hombres que son víctimas tenemos que preguntar ¿Esos hombres están bajo redes de mujeres tratantes o de otros hombres? ¿Las personas que los demandan son hombres o mujeres? ¿En qué proporción existen víctimas mujeres y hombres?
El tercer pilar es la violencia hacia uno mismo. El modelo de masculinidad dominante nos enseña vivir la mayor violencia y negar el dolor, por lo que constantemente realizamos prácticas que ponen en riesgo a la persona, como peleas, uso de drogas, velocidad en la carretera, se limitan actitudes de cuidado, demostración de emociones y sentimientos por ser consideras conductas de las mujeres. Por ello nuestra masculinidad es sumamente limitada en la empatía frente al dolor de las otras personas.
¿Qué políticas públicas se están preparando en el gobierno entrante para transformar esta tríada de la masculinidad y en ese sentido contribuir a enfrentar la violencia y la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual?