Históricamente, la izquierda partidista en México ha sido algo muy ambiguo, ha semejado un slogan delineado para simular y proteger el equilibrio de poder que la democracia mexicana requiere, por ejemplo, canalizar el pensamiento crítico de una población que no está de acuerdo con el estatus quo del capitalismo, el liberalismo y el papel de los partidos políticos tradicionales de ideologías de centro, centro izquierda y de derecha. Esa población ha asumido que los partidos políticos que se dicen ser de izquierda los representan, triunfan con ellos. Es como un nicho religioso que se ancla en la más profunda ceguera, en actos de fe y redención.
Históricamente, esa izquierda partidista ha sido calculadora, poco disruptiva y rupturista con el sistema que la ha adaptado y le ha dado vida. Incluso, otros partidos políticos han resultado ser en ciertos momentos históricos excepcionales mucho más de izquierda que la misma izquierda partidista mexicana. El excesivo pragmatismo de los partidos le ha permitido asumir todos los espectros políticos existentes en el pasado y en el presente. Hoy, al igual que ayer, la izquierda partidista se ha mimetizado en acción y pensamiento con otros partidos políticos que resultaban ser antagónicos a ellos.
La mayoría de los personajes que han liderado los partidos políticos de la izquierda en México han apostado y actuado más por existir y estar dentro del sistema político mexicano más que por estar fuera. Han pugnado por estar en el jugoso juego democrático. Han sido actores fundamentales para la que se ha denominado la consolidación de la democracia mexicana, esa democracia sin adjetivos, una democracia ajena y lejana a la población, una democracia poco entendida, pues su funcionamiento ha estado siempre supeditado al diseño del partido en el poder, cada gobierno y partido la ha acomodado como mejor le parece.
Los gobiernos de este país han convertido la democracia en un impoluto eufemismo para hacer que la población aceptable hasta lo más ignominioso como es la desaparición y la desaparición forzada de personas, los feminicidios, las fosas clandestinas, las ejecuciones extrajudiciales, las masacres, la corrupción, la impunidad, la indolencia de los gobernantes y, por ende, el profundo déficit de la justicia. Todo como una herencia cuasi natural de los viejos regímenes políticos.
El ejercicio del poder de esa izquierda partidista hoy está colmado de irregularidades, mentiras oficiales, pugnas internas, desobediencia interna, simulación, discursos huecos, desfachatez y, sobre todo, de cinismo. Igual que en el pasado, cuando esa izquierda era apenas una histórica “oposición”. Nuevamente esa izquierda partidista parece regirse por una vieja práctica en la que se asumía que “el acuerdo mataba estatuto”.
El proyecto de la izquierda partidista a siete años de haber asumido el poder está fisurado, no encuentra un guion que articule al interior, genere consenso, disciplina partidista y cohesión entre sus cúpulas. Nada nuevo, históricamente, eso ha sido la izquierda partidista mexicana: mesianismo, pragmatismo y dogmatismo individualizado.
A los creyentes de la izquierda partidista, los pocos críticos que quedan, se les asoma un dejo de nostalgia, anhelan el regreso del mesías que ponga orden al interior y en el ejercicio del poder, que dicte el guion y éste sea creíble, convincente. Esa izquierda partidista crítica quedó en orfandad, como siempre ha sucedido.
Sin duda, la izquierda partidista está perdiendo la oportunidad de consolidarse como diferencia, como una izquierda con robustas bases éticas y altura moral. Pierde la posibilidad de diferenciarse de todo lo que en el pasado ellos mismos señalaron como antiético e inmoral, como la base en donde estaban todos nuestros males.
La promesa de la izquierda partidista parece colapsar a solo siente años de gobierno, esos actores están demostrando a sus seguidores que ser de izquierda partidista es lo mismo que ser de centro, centro izquierda y de derecha, que lo más importante no es la ideología, la ética y la moral, sino el resguardo del poder y el ejercicio de la política por encima de los principios, la dignidad y la coherencia. Todo en detrimento de la sociedad.
Sus seguidores siguen asumiendo que el triunfo de esa izquierda es también su triunfo, que esa izquierda en el poder sería diferente. Esos mismo acólitos son los que justifican todo, defienden y aplauden el actuar de un gobierno cada vez más alejado, indolente y omiso.
Esa izquierda partidista está perdiendo la oportunidad de consolidar una izquierda política con bases éticas y altura morales, haberse diferenciado de todo lo que en el pasado ellos mismos señalaron como antiético e inmoral. Esa izquierda partidista sigue reproduciendo lo que en su pasado fue un lastre: “acuerdo mata estatuto”.
La expectativa de la izquierda partidista parece colapsar a solo siete años de gobierno, sus actores están demostrando a los seguidores que ser de izquierda es lo mismo que ser de centro, centro izquierda y de derecha, que lo más importante no es la ideología, la ética y la moral, sino el resguardo del poder y el ejercicio de la política por encima de los principios, la dignidad y la coherencia.
Cabría preguntarnos si realmente la izquierda partidista en México realmente ha triunfado como proyecto–sistema político de largo plazo.
