Lunes, octubre 14, 2024

La guerra: el negocio de Tlaxcallan

En La conquista de México. Moctezuma, Cortés y la caída de un imperio, Hugh Thomas subraya que “Después de Tenochtitlan, Tlaxcala era el lugar más interesante del antiguo México”.

A la luz de esta aseveración, cabe preguntarse cuál era la particularidad de ese conglomerado de altepeme, herederos de una larga tradición de resistencia ante otros señoríos sumamente agresivos, como la propia Tenochtitlan y sus aliados de la Triple Alianza. En un territorio relativamente reducido, mucho más acotado que el ocupado por la actual entidad federativa —recordemos que Calpulalpan no pertenecía a la confederación tlaxcalteca, ya que esa zona era tributaria de Texcoco—, sucesora directa de aquella coalición precortesiana, había tomado forma un Estado en permanente condición de guerra. Era el equivalente de la Esparta helena, aunque mucho menos injerencista.

Otra de las singularidades de la confederación era su gobierno cuádruple, único en la región. Esa condición obligaba a tomar el parecer no solo de los cuatro tlaloque principales, señores de las cabeceras de Tizatlán, Tepetícpac, Ocotelulco y Quiahuixtlán (que a Cortés le recordó la forma de gobierno de algunas repúblicas italianas de la época, como Venecia o Génova), sino que también se escuchaba el consejo de otros principales —como los señores de Tepeyanco y Atlihuetzía—, en una suerte de órgano colegiado. Ese carácter trajo a la mente de los europeos otra institución que les era conocida: el Senado de Roma.

Más allá de estos paralelismos que establecieron los castellanos para tratar de entender la naturaleza de ese grupo de señoríos (este último otro término europeo que logró aclimatarse en la historiografía que describe a Tlaxcala), lo importante era que la liga tlaxcalteca se convertía en un aliado deseable. Como se demostró, la alianza tlaxcalteca–castellana fue crucial en la campaña contra el tlatoani de Tenochtitlan. Además, sus efectos se dejaron sentir en las subsecuentes guerras de conquista en otras regiones de lo que acabaría siendo el futuro virreinato.

Tlaxcala —con el auxilio de otros grupos indios— fue la verdadera conquistadora de la Nueva España.

Bajo ese designio es que los europeos habían encaminado sus pasos desde las tierras bajas de la costa del Golfo, hasta la región tlaxcalteca, con la conducción maliciosa de los guías impuestos por Moctezuma, que habían llevado a los castellanos a los territorios de los señores de Zacatlán e Ixtacamaxtitlán, tributarios de la Triple Alianza. Desde esa base, los europeos tentarían a los tlaxcaltecas, aunque la empresa iba a resultar harto dificultosa, como apuntan varias fuentes, principalmente las castellanas.

Historia de una resistencia

Las fuentes antiguas y autores modernos coinciden en un punto: Tlaxcala era un territorio independiente, que había sostenido numerosas guerras contra vecinos como Cholula y Huejotzinco, y, por supuesto, con las fuerzas de México–Tenochtitlan, que desplegaron varias campañas para sojuzgar a la confederación.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de varios tlaloque mexicas, como los dos Moctezuma, Tlaxcala se mantuvo libre e independiente, aunque cercada y limitada en sus lazos comerciales. Los mexicas “los vinieron a acorralar dentro de pocos años en sus propias tierras y provincia, tuviéronlos cercados más de sesenta [años] necesitando de todo cuanto humanamente podían necesitar, pues no tenían algodón con qué vestirse, ni oro ni plata con qué adornarse, ni plumería verde ni de otros colores para sus galas, que es la que más estimaban para sus divisas y plumajes, ni cacao para beber, ni sal para comer […] Puestos [los tlaxcaltecas] en este cerco, siempre y de ordinario, tenían crueles guerras, acometidos por todas partes”, narra Diego Muñoz Camargo.

La realidad es ligeramente distinta. El cerco militar y político mexica era poroso y eso permitía a la confederación tlaxcalteca obtener varios de esos preciados bienes descritos por Muñoz Camargo, si bien no con la abundancia que hubieran querido las élites tlaxcaltecas. Sin embargo, se las apañaban bastante bien, aplicando el ingenio, como en la obtención de sal a partir del tequexquite, que es en sí una sal mineral natural, empleada desde hace siglos y que era y es abundante en la zona nororiente de la confederación.

A pesar de ese cerco militar y comercial, los tlaxcaltecas supieron resistir. Por ejemplo, en 1515 derrotaron claramente a los mexicas, como asienta Hugh Thomas en el libro citado al inicio de este artículo. Esa condición independiente y soberana la recalca Xicohténcatl Axayacatzin a Cortés, cuando le ofrece paz y amistad, tras las batallas de septiembre de 1519.

“Se supone que alegó que no debía maravillarse, pues ellos no habían reconocido nunca rey ni habían estado sometidos a nadie, y que estimaban tanto la libertad que desde antiguo habían sufrido mucho por no someterse a Moctezuma”, recoge Thomas, siguiendo los pasos de los cronistas mestizos. En tiempos precortesianos, los tlaxcaltecas habían sido casi únicos en el centro de México en haber logrado resistir a los mexicas, como apuntó Charlas Gibson en su clásico estudio sobre la Tlaxcala del siglo XVI.

La guerra era el negocio obligado de los tlaxcaltecas.

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