En el siglo XIX, el pensamiento imperial estadunidense determinó que para lograr su “Destino manifiesto” deberían de establecerse una zona exclusiva para la realización de los intereses económicos de sus élites.
Para cumplir con su “misión divina”, arrebataron la mitad del territorio a México, inventaron ataques para apoderarse de Cuba, Filipinas, Puerto Rico…, sobornaron a políticos “colombianos” para inventar un nuevo país: Panamá. Su marina guerra se desplegó para garantizar que sus empresas y barcos mercantes controlaran la producción y el comercio desde Alaska hasta El Darién. El corolario político de esa política fueron las repúblicas bananeras del siglo XIX y la primera mitad del XX; y más tarde las dictaduras y gobiernos militares de la Doctrina de Seguridad Nacional. El resultado todos lo sabemos: Estados Unidos concluyó el siglo XX como el hegemón mundial. Mucho tiempo ha transcurrido desde entonces, pero pocas cosas han cambiado.
Una de las pocas que lo han hecho es la “amenaza”, ficticia o real, que insufla el pensamiento imperial. Desde el principio y hasta 1977 la amenaza fue la presencia de las potencias europeas. Estados Unidos reclamó el territorio latinoamericano para los intereses de la oligarquía estadunidense. “América para los americanos”. gritaron voz en cuello. James Carter enterró definitivamente la Doctrina Monroe y permitió la entrada de esos países. Hoy presencia europea en el continente y su influencia son determinantes para perpetuar el dominio ejercido desde la Casa Blanca.
Pero el imperio no puede sobrevivir sin amenazas, otra vez, ficticias o reales, que convoquen a la unidad de su población y, esto es lo importante, permitan el crecimiento de las fortunas que determinan la política interna y externa que se implementa desde la Casa Blanca. A inicios del siglo XXI este puesto fue ocupado por los “terroristas” del islam radical. Hoy lo son los migrantes del sur global.
El sector más racista de la población estadunidense ve en cada migrante latinoamericano, africano o musulmán a una amenaza a la “América” blanca, anglosajona y protestante, que en su delirio creen que está destinada por dios a dominar al mundo. Cada uno de los expulsados de sus países y creyentes del “sueño americano” detona los miedos más profundos e irracionales de los estadunidenses. Incluso al interior de aquellos sectores que se dicen más democráticos y tolerantes.
Desde hace unas semanas los medios de comunicación se han hecho eco de una cascada de denuncias sobre la ya concretada crisis humanitaria en El Darién, esa zona fronteriza, selvática, ubicada en la frontera panameña con Colombia. Ese “tapón” natural en 2023 vio cruzar ilegalmente a más de medio millón de personas. De ellos, 120 mil, por lo menos, fueron menores de edad. Víctimas del clima, la vegetación y la fauna de la zona, además debieron soportar que los grupos del crimen organizado desde allí empiezan a llenar el pesado fardo de extorsiones, vejámenes, secuestros, violaciones y asesinatos, que solamente concluirá cuando crucen el rio Bravo. Para volver a empezar cuando inicie su “pesadilla americana”.
Lo que los medios de comunicación de la región han dicho con menos énfasis es que desde días antes de su toma de posesión, el nuevo presidente panameño, José Raúl Mulino, ya estaba anunciando que cerraría El Darién a la migración ilegal. Tal como se lo estaba exigiendo el presidente demócrata Joe Biden. Al hacerlo se sumó a una caterva de gobernantes de todos los signos políticos que han corrido presurosos a cumplir lo mandatado por el poder real en la región.
Así como antes genuflexionaron las corvas mientras dejaban fuera de las fronteras imperiales a los intereses europeos, hoy de manera abyecta dificultan, criminalizan a aquellos expulsados de su tierra que a costa incluso de su vida, quieren llegar al “Paraíso” que publicitan en las series y películas que desde niños inundan su entorno inmediato y su mente. Han pasado ya 200 años y esto no ha cambiado.
Al sufrimiento de los migrantes ilegales que el crimen organizado les infringe al tratar de llegar a Estados Unidos, se le deberá sumar al sufrimiento que vivían día a día en sus países a causa de gobernantes que siguen a pie juntillas las recetas de Washington. Mismos “mandatarios” que prometieron con bombo y platillo que algún día caerían migajas de la mesa imperial. En las lágrimas y la sangre de cada uno de los expulsados de la tierra esos políticos remojan el pan duro que les arrojan desde la Casa Blanca, el Capitolio y Wall Street por ser fieles cancerberos de la idílica “América” blanca, anglosajona y protestante. “Dios bendiga a América” y a los guardianes de la frontera Los Ángeles-El Darién.