Una de las enfermedades asociadas a la pobreza, es la enfermedad renal crónica (ERC). Con frecuencia es diagnosticada tardíamente, aunque tenga causas conocidas, como diabetes mellitus, hipertensión arterial, hiperlipidemias y obesidad, así como la exposición a tóxicos químicos que dañan los riñones, que se encuentran en los lugares donde trabajan y viven las poblaciones más vulnerables.
Este es el caso de diversas poblaciones del estado de Tlaxcala, ubicado en la Cuenca del Alto Atoyac, una de las regiones identificadas como de emergencia sanitaria y ambiental en el país. Esta cuenca se caracteriza por las graves afectaciones a la salud provocadas por emisiones contaminantes (metales pesados, metaloides, compuestos orgánico–sintéticos y plaguicidas) de industrias automotrices, del sector eléctrico, químico y textil, entre otras.
Para 2021, la prevalencia de la ERC en nuestro país fue de 9 mil 184.9 casos por 100 mil habitantes, con una tasa de mortalidad de 53.41 por 100 mil habitantes, ocupando esta enfermedad el quinto lugar como causa de muerte en personas de ambos sexos. Tlaxcala y Puebla están entre las 25 localidades con mayor mortalidad en el mundo; Tlaxcala en el 5° lugar nacional con una tasa de mortalidad de 61.20 por 100 mil habitantes.
Infantes menores de 5 años de edad nacidos en pequeñas poblaciones de Tlaxcala son expuestos a múltiples contaminantes, entre ellos al plomo. Este es un metal tóxico, emitido desde procesos productivos como los ya señalados y que, junto al derivado del contenido en la alfarería tradicional utilizada para preparar nuestros alimentos, contribuyen ambas fuentes al incremento de plomo en sangre (³5 mg/dL PbS). En el caso de Tlaxcala el incremento llega a 35.6 por ciento y a 46.6 por ciento en el caso de Puebla.
El proyecto de investigación – intervención, apoyado por el Conahcyt (n°319003), Los riesgos ocupacionales y ambientales para la enfermedad renal crónica y los biomarcadores de su diagnóstico precoz para una mejor prevención y atención en los artesanos adultos en riesgo, desarrollado entre los alfareros y otros artesanos, tiene como uno de sus propósitos contribuir a la vigilancia de su salud, identificando mejores biomarcadores que nos permitan identificar daños renales incipientes provocados por el plomo. Esto, para adoptar medidas oportunas de prevención y control que atajen el desarrollo de la enfermedad renal crónica y puedan disminuir los casos que requieren de tratamientos de sustitución (como diálisis peritoneal, hemodiálisis y transplante renal) que resultan inalcanzables por la demanda actual y porque muchas de las personas afectadas carecen de seguridad social.
Alfareros y alfareras de diversos estados de la República mexicana, entre 1980 y 2017, han presentado concentraciones de 18.6 a 61.5 mg/dL de PbS y hemos observado en Tlaxcala, entre 2018 y 2023, concentraciones de 10.8 a 32.95 mg/dL de PbS. Entre los usuarios adultos de la alfarería tradicional encontramos concentraciones de 6.5 a 10 mg/dL de PbS. Por esto es importante buscar la eliminación de los riesgos químicos tóxicos en los centros de trabajo y del ambiente contaminado por los procesos industriales, y buscar el buen control de las enfermedades crónicas ya referidas. Considerando que no hay nivel seguro para reducir los riesgos a la salud renal, cardiovascular, hematológico, reproductivo, entre otros; pues aún a bajas concentraciones menores a 5 mg/dL de PbS, hay efectos a la salud. Por sí solas, las enfermedades crónicas pueden contribuir al desarrollo de la ERC, pero juntas con el plomo y otros tóxicos, incrementan el riesgo de su desarrollo. Los biomarcadores de daño renal incipiente, son útiles para los trabajadores de las diversas actividades laborales y de la población general expuesta al plomo por la contaminación.
La tradición de la producción y uso de las enormes cazuelas moleras, las ollas para los frijoles, los jarros, los cajetes y otros utensilios vidriados con plomo, está desarrollando un proceso de transformación en algunos talleres en las comunidades de La Trinidad Tenexyecac, de Españita, San Salvador Tzompantepec y San Pablo del Monte; paulatinamente están sustituyendo la greta (óxidos de plomo) y la frita (estaño–plomo), por esmaltes libres de plomo. Es posible fortalecer esta transición y preservar esta milenaria tradición, si Fonart, el INPI y otras instancias gubernamentales apoyan para adoptar nuevas técnicas y mejoras en los hornos, que eliminen este riesgo para la salud.
*Investigador de la Unidad de Investigación de Salud en el Trabajo del IMSS