
Nadie puede informar la neta
Acusaciones mutuas por las elecciones
El pastel resultó muy repartido
La Sábila busca, busca y busca información sobre los resultados de las elecciones, se han realizado los cómputos distritales y municipales, pero no encuentra nada y no hay nadie que le pueda informar la verdadera neta, lo que la tiene nerviosa porque no sabe si va a entrar como plurinominal en el ayuntamiento.
La culpa es de los tlaxcaltecas, dice la Malinche.
¿Cómo que la culpa es de los tlaxcaltecas?, revira la Xóchil.
Son culpables porque traicionaron a la democracia al no salir a votar, contesta la Malinche, quien anota que si la mayoría hubiera salido, no tendríamos los problemas que estamos teniendo en el Instituto Electoral de Tlaxcala, porque los que se dan como ganadores andan como chivos en cristalería. Se acusan mutuamente como si estuvieran libres de pecado.
Lo que ocurre es que al no dar resultados preliminares, a todo mundo le entra la desconfianza, afirma la Sábila. En otras elecciones, desde el domingo ya sabíamos quien había ganado, no que ahora nos tienen con el Jesús en la boca, pero eso no significa ninguna traición a la confianza ciudadana.
Ya ven, la culpa es de los tlaxcaltecas, confirma la Malinche, porque si el Congreso local hubiera integrado de otra forma el Consejo General no tendríamos estas traiciones a las indicaciones que recibieron de los grupos políticos que los designaron, los legisladores traicionaron a la ciudadanía al creer que un título quita lo indejo.
En el último de los casos la traición es de los partidos políticos, que han capturado al Instituto Electoral de Tlaxcala como parte de sus trofeos de guerra y la poblaron con filibusteros, que no pudieron cumplir las tareas de espionaje, control y filtración que le ordenaron hacer sus padrinos los diputados locales. ¡Eso es traición!
Ahí está la confirmación de que la culpa es de los tlaxcaltecas, reitera la Malinche.
La Xóchil busca calmarla y le expresa: en el asunto de las elecciones se gana y se pierde, pero eso no depende de un organismo electoral, sino de los votos que obtiene cada uno de los candidatos, en esta elección nadie se llevó todo, sino que el pastel resultó muy repartido, lo que significa que todos se llevaron una parte.
Nadie tiene la fuerza suficiente para representarnos
Ahí está ¡la culpa es de los tlaxcaltecas!, grita la Malinche y agrega: si los tlaxcaltecas hubieran votado por un solo partido, lo hubiera convertido en la primera fuerza política, no que al votar por nueve partidos políticos, los votos se reparten como si fueran desayunos del DIF, lo que hace que ninguno tenga la fuerza suficiente para representarnos. ¿Quién hizo eso? ¡Los tlaxcaltecas!
¡La democracia es así!, manifiesta la Xóchil. El principio fundamental de la política electoral es que los hombres y mujeres que cumplen 18 años de edad decidan quien deba representarlos, para ello han creado partidos políticos, códigos electorales y financiamiento para que compitan, lo que hace atractivo tener un partido político.
Ya ven, lo único que hacen es corroborar que la culpa es de los tlaxcaltecas, apunta la Malinche.
¡No es cierto!, le dice la Sábila, los ciudadanos, tiene el poder del voto para premiar y castigar a los gobiernos y lo han aprendido a hacer a través de las elecciones. Durante las campañas le dicen a unos y a otros que están con ellos y hasta engañan a los encuestadores, pero el día de la elección cada quien vota por el que se le da la gana, eso no es traición.
Se reafirma que la culpa es de los tlaxcaltecas, acota la Malinche.
¡Si serás necia!, le responde la Xóchil, los partidos políticos están integrados por ciudadanos y entre ellos se reparten, perdón, se seleccionan a los candidatos, se apuntan para la competencia, hacen campaña, pero el que tiene la decisión es el elector, por eso ningún partido puede presumir de mayoría, todos son minoría.
Se ratifica, afirma la Malinche, que la culpa es de los tlaxcaltecas, porque es una traición que sólo la mitad de ellos vote, pero esa mitad se divide demasiado y ninguno de ellos logra ser mayoría, aunque todos griten, presumen y chillen que son los más chipoculdos en la pradera.
No puede ser que seas tan necia, le reclama la Xóchil, la democracia se ha convertido en un asunto de minorías, pero eso no quiere decir que sean más democráticas, al contrario, la mayor parte de las veces al ganar como minoría resulta que se convencen de que son mayoría y se comportan de forma dictatorial, y por eso hay tantos problemas.
¿Quién tiene la culpa? ¡Los tlaxcaltecas!, revalida la Malinche.
Mira mujer, le dice la Sábila, si el Consejo General del Instituto Electoral no pudo con el paquete, no es traición, sino incapacidad para insacular, capacitar, organizar e instalar las mesas de casillas, e informar del resultado, no es culpa de nadie, sino de los diputados por no saber cómo sacar al buey de la barranca.
¿Quién los designó?, inquiere la Malinche y se responde: ¡los tlaxcaltecas!
La Sábila insiste: el que haya habido nueve opciones para elegir, quiere decir que la vida democrática de Tlaxcala es muy rica, que hay de todos los colores y sabores y, por tanto, la ciudadanía se puede dar el gusto de votar por quien quiera porque sabe que va a estar representada, aunque eso implique que sean puras minorías.
La democracia es de mayorías, no de minorías
Ahí está el problema, ¡la democracia es de mayorías, no de minorías!, señala la Malinche.
La Xóchil insiste que nueve partidos políticos significa que la democracia está muy fuerte en el estado y por tanto no puede hablarse de traición, lo que pasa es que por primera vez en Tlaxcala no hay perdedores, todos ganaron algo. Sólo falta que los presidentes municipales y diputados tengan la capacidad para negociar y construir acuerdos, porque si no lo hacen será una traición a la patria chica.
Eso nunca va a suceder, revira la Malinche, porque todos son unos traicioneros, porque la experiencia muestra, desde 1998, que los diputados no se representan más que a sí mismos y su voto a favor o en contra depende de cuánto le pague el de enfrente, ese al que le echan la culpa de todo, pero al que todos quieren cobrar… su mensualidad.
En eso puede que tengas razón, afirma la Sábila. Me acuerdo de aquellos diputados que se repartían el dinero del Congreso y fueron conocidos como los 400 uñas, ya que para aprobar cualquier iniciativa de Sánchez Anaya le cobraban una lana, la que se repartían democráticamente entre los líderes de las comisiones.
La Sábila y la Xóchil se quedan pensando que la Malinche tiene razón, si los que designaron a los consejeros electorales fueron los diputados, los diputados fueron electos por los ciudadanos, si muy pocos ciudadanos salen a votar, eso hace que nadie represente a la mayoría. ¡Todos son minoría! Y eso puede considerarse una traición a la democracia, lo que significa que el resultado electoral es culpa de los tlaxcaltecas, de nadie más.
La Malinche tomó el libro que estaba leyendo: “Nacha oyó que llamaban en la puerta de la cocina y se quedó quieta. Cuando volvieron a insistir abrió con sigilo y miró la noche. La señora Laura apareció con un dedo en los labios en señal de silencio. Todavía llevaba el traje blanco quemado y sucio de tierra y sangre.
—¡Señora!… —suspiró Nacha.
La señora Laura entró de puntillas y miró con ojos interrogantes a la cocinera. Luego, confiada, se sentó junto a la estufa y miró su cocina como si no la hubiera visto nunca.
—Nachita, dame un cafecito… Tengo frío.
—Señora, el señor… el señor la va a matar. Nosotros ya la dábamos por muerta.
—¿Por muerta?
Laura miró con asombro los mosaicos blancos de la cocina, subió las piernas sobre la silla, se abrazó las rodillas y se quedó pensativa. Nacha puso a hervir el agua para hacer el café y miró de reojo a su patrona; no se le ocurrió ni una palabra más. La señora recargó la cabeza sobre las rodillas, parecía muy triste.
—¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas.
Nacha no contestó, prefirió mirar el agua que no hervía.
Afuera la noche desdibujaba a las rosas del jardín y ensombrecía a las higueras. Muy atrás de las ramas brillaban las ventanas iluminadas de las casas vecinas. La cocina estaba separada del mundo por un muro invisible de tristeza, por un compás de espera.
—¿No estás de acuerdo, Nacha?
—Sí, señora…
—Yo soy como ellos: traidora… —dijo Laura con melancolía.
La cocinera se cruzó de brazos en espera de que el agua soltara sus hervores.
—¿Y tú, Nachita, eres traidora?
La miró con esperanzas. Si Nacha compartía su calidad traidora, la entendería, y Laura necesitaba que alguien la entendiera esa noche.
Nacha reflexionó unos instantes, se volvió a mirar el agua que empezaba a hervir con estrépito, la sirvió sobre el café y el aroma caliente la hizo sentirse a gusto a cerca de su patrona.
—Sí, yo también soy traicionera, señora Laurita.” (Garro, Elena. La culpa es de los tlaxcaltecas. http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/2832/1/196430P269.pdf).