El ecosistema laboral moderno es un entramado complejo, un zoológico variopinto, aunque, a decir verdad, hoy por hoy, toda la fauna laboral padece una precaria situación–remuneración, unos más, otros menos. En todo ese entorno hay un sector bestial que se caracteriza por reproducir fielmente los esquemas de ese hábitat, son seres vivientes que asumen vestir mejor que sus pares también explotados, son seres de medidas mínimas y estatus corto, cuerpos vulgares como todos, vestidos con tela corriente como todos, llevan restos de comida en sus sacos, manchas de salsa en sus vestidos, corbatas, chalinas y también sonríen grotescamente con rescoldos de comida entre los dientes.
Siempre se ufanan de estar por encima del resto del rebaño, se endilgan ser jefes, directivos y hasta directores generales o de área. Gustan de proyectar poco esfuerzo, aunque expresen ser el resultado del principio meritocrático, ello, paralelamente, los aleja de cualquier muestra de respeto a sus subalternos, obviamente, no cuentan con la legitimidad y la aceptación de éstos.
La oficina es una camisa enorme que debe cubrir la piel y el cuerpo de cada ser vivo que ahí labora, la camisa debe colocarse muy bien, sudarla, comprometerse con las ganancias del dueño y los bolsillos de los socios mayoritarios del corporativo, esos grandes peces que hinchan sus arcas con la ilusión de movilidad y ascenso de sus pequeños capataces, esos Godínez siempre dispuestos a mandar a la hoguera al hereje de la misión y visión, a las mazmorras al holgazán y a la calle al disidente.
Esos pequeños amos suelen tener todo el tiempo sus garras afiladas, los ojos avispados, la frivolidad desnuda y la arrogancia a tope. En este zoológico lleno de oficina, luz artificial y aíre acondicionado, proliferan las especies refractarias al principio de humanidad, solidaridad, sororidad o empatía, nada de eso existe en el desierto emocional que cubre su horario laboral. Godínez es Godínez dentro y fuera, ese personaje nunca descansa, incluso ni cuando llega a casa, son el éxito de la introyección de un gendarme, de un verdugo, de ese generador de suplicio que es exitoso porque rehuyó y usó todos los medios y facultades disponibles para dejar de ser víctima, una víctima más de ese submundo precarizado.
Definitivamente, ser Godínez no es equivalente a ser un Bedoya o Gutierritos, hay de especies a subespecies. Aunque, a decir verdad, padecen los mismos síntomas de sus subalternos, son víctimas del mismo tormento, con las horas de trabajo llegan los calambres en los pies, los dolores de espalda, las lumbalgias, pocas horas después llega también la cervicalgia, esos dolores de cuello y cabeza abrumadores que no pueden ser paliados con una simple aspirina, pasando también por los calambres en los dedos, manos, muñecas, la pérdida de fuerza en los brazos y el entumecimiento a causa de la mala circulación. Los tendones de esa mano ducha para escribir y maniobrar la computadora se quedan hundidos en el túnel carpiano.
Los ojos secos son otros de los síntomas que esta especie experimenta, observa con dolor y dolo el actuar de los demás, vigila desde la tundra ocular el buen comportamiento y la eficiencia laboral de sus noveles compañeros; al final del día, esa víctima se convierte en el depredador–verdugo, el sueldo base de su actuar vale la pena para dilapidar el sueño y las aspiraciones del otro.
La sabiduría del buen Godínez reposa en una ley que guarda celosamente y que no comparte con nadie, nadie debe ocupar su lugar: sabe que no debe quejarse de su trabajo, de las condiciones, los malos tratos, la carga laboral ni, mucho menos, del sueldo; no debe exigir a los jefes nada que cause molestias o agravie sus bolsillos; sabe que no debe ofrecerse como voluntario, tiene un prestigio ganado y debe cuidarlo, que se esfuercen los de más bajo rango, ellos necesitan demostrar cómo se ponen la camiseta; el Godínez sabe que no debe hablar de política en el trabajo, menos si eso contradice las preferencias de los jefes inmediatos, debe evitar ser antagónico a ellos, debe camuflarse y ser una buena réplica.
Aunque, al final del día, un Godínez sabe que siempre tiene que actuar en consecuencia, estar en todo momento dispuesto a mandar a la hoguera al hereje de la misión y visión, a las mazmorras al holgazán y a la calle al disidente, aunque al final, ese verdugo terminará también en la calle por exactamente los mismos motivos que sus víctimas.