La CNTE es un cáncer. Y el SNTE también. Y con ellos todos los demás organismos gremiales presuntamente dedicados a velar por los intereses del profesorado.
El sindicalismo magisterial a la mexicana se ha distinguido una y otra vez por sus prácticas gansteriles, certificadamente delincuenciales. Botan el trabajo, toman las calles por cualquier pretexto, chantajean.
A los miles de profesores de la Coordinadora y del Sindicato les importa un centavo la educación y el bienestar de los millones de niños, adolescentes y jóvenes a su cuidado. Los gánsteres y charros de la CNTE y el SNTE sólo ven por sus centavos.
Desde que México es México, sus gobernantes han creído que la educación es la panacea que resolverá todos los males y aflicciones que aquejan al país. Y quizás no están del todo desencaminados, si por educación entendemos ese complejo proceso mediante el cual se inculca un espíritu inquisitivo, se estimula la crítica, se transmiten valores cívicos y se sientan las bases de un tejido social robusto. Lo que bien se aprende en un aula, difícilmente se olvida.
Vamos a dejar de lado cualquier tipo de evaluación, esa palabra que les saca ronchas a los profesores que han comprado su plaza o que la recibieron en herencia por parte de algún pariente.
Olvidémonos, por un momento, de los resultados arrojados año con año por los diferentes instrumentos aplicados para medir cuánto han aprendido o saben los niños y jóvenes educandos. No tomemos en cuenta esas pruebas, llámense ENLACE o PISA o como ustedes quieran.
Aceptemos, como dice el trasnochado discurso de la CNTE, que esos mecanismos son parte de una amplia estrategia del neoliberalismo para privatizar la educación.
Bien.
Pero entonces pasemos a un ejemplo de sangre y hueso.
Recordemos que, durante años, la Coordinadora ha tenido el control absoluto del proceso educativo en Oaxaca y en Chiapas, dos de los estados más pobres no solo de México, sino del hemisferio. En cientos de comunidades la miseria es ofensiva… y los profesores simplemente son un fantasma que cobra, pero que no da clases.
¿Por qué, si la camarilla de la sección 22, ama y señora de Oaxaca, tiene el manejo de presupuestos, cargos directivos y hasta de curules, regidurías y alcaldías, esa entidad sigue atorada en el siglo XVII? ¿Y por qué muchas comunidades de Chiapas andan por ahí de 1590?
¿Será porque tienen profesores que lograron sus plazas gracias a que bloquearon carreteras? ¿O porque obtuvieron el puesto luego de una cita a las 12 de la noche en las oficinas de la sección magisterial? ¡Qué importa que esos “mártires de la educación” que año con año maquilan las escuelas normales escriban asvesto, indesición o beserro! Lo que importa es que, en algún momento, esos jóvenes normalistas marcharon, bloquearon, se movilizaron, apalearon autobuses para exigir su plaza en automático, beneficiando a los líderes de la CNTE y hasta del propio SNTE.
Si bien la falsa reforma educativa del sexenio de Peña Nieto sólo sirvió para agitar el avispero, lo cierto es que se necesita un modelo de instrucción que forme y no deforme a los alumnos.
En una parte del imaginario colectivo, aún se ve a los profesores como una suerte de apóstoles laicos, entregados en cuerpo y alma a formar a los párvulos que les ha tocado en suerte (aquí entra un solo de violín lacrimógeno para ambientar la escena).
En un lejano pasado mítico, el profesor, junto con el cura y el médico del pueblo, eran los tres agentes bienhechores, que guiaban a la gente buena (me resisto a usar la palabra pueblo), para encarar a los abusones del poder (el presidente municipal malora o el cacique, que a veces se fundían en una misma persona). Pero eso nomás está en la melodramática memoria de quienes crecieron viendo las películas de Ismael Rodríguez, de donde sacaron sus lecciones de educación sentimental; o en aquellos que se solidarizaron con José Elías Moreno en Simitrio.
La realidad, el cinéma vérité, tiene un guion más esperpéntico: la educación está en manos de una caterva que se asemeja a la corte de los milagros mezclada con los cuarenta ladrones de Alí Babá.
Desde que les dieron a oler el dinero y el poder, los dirigentes magisteriales se han enquistado en las estructuras políticas de México. Han forjado carreras y engordado carteras, porque han sabido mezclar politiquería con chantaje para entrar al círculo vicioso de la corrupción.
Y es que los representantes magisteriales son como el lobo: siempre piden más. Y les dan. Todo el tiempo les dan. Ahora mismo la 4T enfrenta su primer desafío serio. El lobo de la Coordinadora pide más. Y dice que no le dan. Cuidado.