La asistencia social es el estandarte de la administración actual. El discurso oficial, cargado de emotividad y buenas intenciones, plantea una “cadena de amor con humanismo y compromiso” como eje central. Pero, este enfoque no es suficiente para abordar los problemas estructurales que enfrenta la sociedad tlaxcalteca.
En la reunión con las presidentas de los sistemas municipales DIF se revela una retórica que resulta esperanzadora. El llamado a “hacer que cada día cuente” y la promesa de “cambiar vidas” son aspiraciones nobles, pero requieren respaldarse con estrategias sólidas y medibles que trasciendan el asistencialismo tradicional.
El llamado a “tocarse el corazón” y tomar decisiones pensando en quienes más lo necesitan refleja una sensibilidad social encomiable. No obstante, la erradicación de la pobreza requiere más que buena voluntad y programas asistenciales. Necesita una visión integral que incluya educación de calidad, generación de empleos bien remunerados, desarrollo de infraestructura y fortalecimiento del tejido social.
La verdadera transformación social demanda un equilibrio entre la atención inmediata a las necesidades básicas y la implementación de políticas públicas que generen cambios estructurales. Si bien es crucial mantener los programas asistenciales como red de protección social, estos deben ser parte de una estrategia más amplia que fomente la autonomía y el desarrollo sostenible de las comunidades.
Es momento de evolucionar de una política asistencial basada principalmente en el humanismo y el compromiso, hacia un modelo integral que combine la sensibilidad social con estrategias efectivas de desarrollo comunitario.
La asistencia social es necesaria, pero no suficiente. El verdadero éxito de esta administración no se medirá por la cantidad de apoyos entregados, sino por su capacidad para generar condiciones que permitan a las familias construir su propio camino hacia el bienestar. Ese debería ser el verdadero sello distintivo de una política social transformadora.