Viernes, abril 19, 2024

Infantiles infiernos

Un año en la infancia, en términos de experiencia, puede ser una eternidad. La percepción del tiempo en los infantes es semejante a un grifo que gotea lento y hace pequeñas ondulaciones en un escuálido cuerpo de agua acumulada. Miden el tiempo a través de sucesos, el orden de esos sucesos y sus intervalos, eso es lo que les permite modificar su idea del tiempo.

Bajo esta lógica, los infantes ejercitan día a día la percepción y uso del tiempo entre la inconsciencia y la conciencia, este ejercicio permite a los niños esclarecer su idea del pasado, del presente y el horizonte temporal del futuro.

Según algunas teorías del desarrollo infantil, los niños a los tres años ganan objetividad y comienza a discriminar periodos temporales, identifica su ubicación en un espacio concreto. A los cuatro años, el niño ya puede reconocer el día de la noche y, a los cinco años, pueden identificar la fase del día en la que se encuentran, así como las nociones de espacio, pero sin una idea específica de ese espacio. A los seis años pueden ya identificar el día de la semana en el que vive, a los siete años ya distinguen el año y mes en curso. Entre los ocho y nueve años, los niños pueden identificar espacios, leer mapas y ubicarse en ellos. Es hasta los 12 años que los infantes logran una conexión fina con el tiempo, pues a esta edad pueden gestionar su tiempo, pueden usarlo en intervalos de 10, 20 o 30 minutos, por ejemplo.

Estas etapas de desarrollo infantil han sido, de alguna manera, trastocadas durante un año y dos meses de confinamiento o distanciamiento social. La experiencia del tiempo, su medición como experiencia a través de sucesos y sus intervalos se ha ahogado. Seguro su idea del tiempo se ha trastocado.

Cómo va el bienestar y la salud mental de los infantes, cuando México es el país en donde las escuelas han estado cerradas durante todo el periodo de confinamiento, al igual que en Paraguay y Perú.

Los niños están en casa, confinados, pero bajo qué condiciones de confinamiento. Ahí se cruzan múltiples infiernos. En primera instancia muchos de los infantes se sienten temerosos, ansiosos, deprimidos, asustados y, sobre todo, preocupados por sus seres queridos mayores, los que tienen mayor riesgo de contagio, así como por sus padres, pero, lo que les llega a preocupar más es el futuro, la incertidumbre, el no tener certeza de nada.

Esto es secundado por una experiencia de estar enclaustrados en una burbuja social, la experiencia de un tiempo circular, monótono y repetitivo.

La socialización entre los menores y sus padres o adultos con los que están confinados ha generado un alto grado ansiedades compartidas, y compartidas también las problemáticas, esto es grave, porque los infantes no sólo se preocupan por los problemas propios de su edad, sino que los llegan a azotar las problemáticas de los adultos con los cuales están confinados, absorben sus problemas sin ningún tipo de filtración, la proximidad es intensa, la familia vive retraída en sí misma. Los niños absorben y conviven con los problemas de los adultos, la desesperación ante la pérdida del trabajo o el poder adquisitivo, amén de la violencia intrafamiliar, etc., los problemas de los padres o adultos son trasladados a los infantes, les hacen compartir la angustia, la desesperación y el pánico.

No será sorprendente que a corto plazo los problemas psicológicos de los niños se asemejen más a los problemas psicológicos de sus padres o adultos con los cuales están confinados. Ante la pandemia, los niños están experimentando la desilusión, el desencanto de que alguien siempre los iba a proteger, los iba a cuidar, los adultos están vulnerables, viven desesperados, en incertidumbre y, muchos más, están rotos de esperanza. Las referencias que los niños tenían de los adultos, se están desvaneciendo, los adultos durante la pandemia han dejado de ser referencia para ellos.

Así la infancia se rompe, estalla y después vuelve a la normalidad, el carácter y el sentir de los niños está al borde y luego regresa a un estadío normal, más cuando estos niños están sometidos a jornadas de trabajo escolar en casa, con maestros y maestras que despliegan estrategias pedagógicas y métodos de enseñanza como si estuvieran de manera presencial, abonando al clima de tensión entre padres e hijos. Y otros infantes viendo la TV como una forma simulada de aprender, con un distanciamiento y una despersonalización educativa digna de un periodo posapocalíptico.

El terremoto psicológico en la infancia, la primera adolescencia e incluso en los adolescentes ha sido demoledor, han perdido referencias, veranos, graduaciones, festejos, socialización, todas experiencias insustituibles e invaluables. Es un tiempo que se perdió para siempre, es algo insustituible, era un tiempo crucial para la infancia.

Este es el segundo año en el que el día del niño se celebra en enclaustramiento forzado, entre infantiles infiernos, sobreviviendo los niños  a distancia de todo y de todos, sobrellevando el tiempo conectados con los amigos vía redes sociales, pasando horas en las consolas de videojuegos, pensando qué hacer ante largos periodos de soledad y completas ausencias afectivas y sociales o encimados con sus padres que suelen estar deshabitados, colmados de estrés, angustias, preocupaciones y cansancios acumulados.

Años podrá llevar resarcir el daño causado por la pandemia en la infancia, reparar esa sensación de haber perdido todo o de que algo siempre les faltará. Como sea, ¡feliz día del niño!

[email protected]

Más recientes

Industrias de transformación encabezan generación de empleo formal

Creó 638 de las mil 239 nuevas fuentes de trabajo ante el IMSS en marzo
- Anuncio -
- Anuncio -