Inequidades en el sistema de salud, es el problema. No se concentra solo en las medicinas, sino en la discrepancia de los servicios dirigidos a la población abierta diferenciada de aquella que goza de seguridad social.
En el sistema de bienestar, la salud se entrega a través de dos modelos: el de seguridad social dirigido a las personas que tienen un empleo e ingresos permanentes, ya sea en el mercado o en la administración pública federal, estatal o municipal.
Para la inmensa mayoría de la población está la Asistencia Social, vía la Secretaría de Salud –y ahora el Instituto de Salud para el Bienestar. Estos no reciben el servicio como un derecho sino como una dádiva del Estado.
Se ha realizado una multiplicidad de reformas en el sector, pero no se ha ampliado la cobertura. Lo que cambia es la focalización de algunos programas hacia poblaciones vulnerables. Lo único universal es la vacunación.
Considerar que la corrupción es el único problema del sector salud, es verlo fuera de contexto. El problema real es que nunca se tiene la voluntad política para estructurar un sistema de bienestar, como el que declara el presidente.
Esping–Andersen distingue tres modelos de bienestar: El liberal está orientado al mercado y las medidas públicas dirigidas a proporcionar ayuda y lograr el mantenimiento de los ingresos están dirigidas principalmente a los pobres.
En el socialdemócrata, el estado del bienestar se basa en los derechos sociales en la ciudadanía o la residencia, por lo que en gran medida elimina las diferencias de condición.
Y en el tercero, el modelo de estado del bienestar conservador o corporativista se caracteriza por programas de seguro social bismarckianos, que establecen diferenciaciones y segmentación en función de la condición social y ocupacional.
Ese es el verdadero problema. Mientras no se reforme, lo único que se ofrece a la población son medidas coyunturales. Pero el problema prevalece.