Alles Gute zum Geburtstag, Cris.
¿Cómo es que dejas de ser quien eres para convertirte en la sombra de alguien más? De repente, un día, sin que sepas cómo sucedió, has perdido tu voluntad. Eres otro sin dejar de ser.
El amor es el más manido de los sentimientos en nuestros días vacíos de sentido. Se ha vuelto una palabra hueca de tanto que se la sobreexplota, como ocurre con la música pop. Sin embargo, a pesar de ese manoseo, sigue siendo el más mortífero de los sentimientos.
Y también el más exclusivo.
Es un privilegio de unos cuantos, que se consumen hasta desaparecer, hasta dejar de ser ellos. Unos cuantos que se ahogan en el pozo del insomnio, de la incertidumbre, por culpa de ese sentimiento polimorfo, cuyo espectro cromático va del blanco al negro, pasando por el rojo, el rosa, el azul y el gris de estos tiempos cibernéticos.
Parece ser requisito indispensable no estar al lado del sujeto amado. El amor es soledad, y, por lo tanto, desgarramiento. Casi siempre destruye, arrasa, cuando supera la energía de una de las partes. Es tan vigoroso como la fuerza nuclear fuerte, que mantiene unidas a las partículas subatómicas. Muy poco puede destruirlo.
Se trata de una forma de estar en el mundo, casi siempre de manera gozosamente doliente.
El amor mata de forma lenta. Cada día te arranca un poco de tu ser, que va a parar al alma de quien amas. Te ahogas en la contemplación de su rostro, de ese misterio que le llevó 14 mil 500 millones de años al Cosmos para juntar átomo por átomo y así darle forma a ese cuerpo, en el que aletea un alma dispuesta a aniquilarte por tu bien.
Todo lo que te era importante, deja de serlo. Todo sucumbe bajo el peso de lo que ha anidado en tu espíritu. Todo se organiza en torno a ese cuerpo al que no puedes dejar de ver. O esas manos que sigues con la mirada hipnotizada. O esos pies casi perfectos, con los que la Musa se desplaza en este plano de la existencia.
Pierdes el sentido de la distancia; la vida se desenfoca para concentrarse en ella, que actúa como un inmenso agujero negro que devora la luz de la vida. Por lo tanto, el tiempo también se relativiza, sobre todo cuando buscas, de manera desesperada, volver a verla. Se vuelve una necesidad. Y nada se puede hacer por evitarlo.
Vives en una tormenta de sensaciones contradictorias: a ratos te agobia la más funesta de las esperanzas; casi siempre te encuentras bajo la luz de la pesadumbre.
Se te apagan las ganas de todo. Quedas reducido a las funciones mínimas. Comes para medio vivir.
Este sentimiento, el más destructivo de todos, también es el único que nos redime del resto de especies, que tienen tímidos sentimientos parecidos a esa inmensa fuerza que todo lo consume a su paso, y que te hace crear.
El amor crea mientras destruye: abre brecha a posibilidades insospechadas e infinitas. Aguijonea la imaginación; potencia la inspiración; arrebata las pasiones y acaba por establecer un nuevo orden. Y todo sin cambiar un ápice al Cosmos.
Ich liebe dich, Cristela.