Una de las características de los actores políticos de izquierda en México ha sido el pregonar la humildad, no porque deba ser un mandamiento, una ordenanza para ser y pertenecer a esos grupos políticos, sino como una convicción ideológica y política. Son esas mismas convicciones que históricamente las han diferenciado de los espectros ideológicos y políticos liberales, neoliberales, de la burguesía, la oligarquía y toda esa serie de sujetos que solos o de forma colectiva se han encargado de saquear y empobrecer a la ciudadanía.
Desde Marx y todos los ideólogos de las izquierdas de los siglos XIX y XX ha habido una oposición a la desigualdad económica y a la acumulación por desposesión. Pocos políticos han cumplido con ese requisito antes, durante o después de tomar el poder; un ejemplo paradigmático muy reciente lo encontramos en personajes como José Mujica, exguerrillero revolucionario del grupo Tupamaro y también expresidente de Uruguay durante los años de 2010 a 2015.
Con una notable coherencia ideológica y política, Mujica renunció a mudarse junto con su esposa la exguerrillera Lucia Topolansky a la lujosa residencia edificada como casa presidencial, tal como lo acostumbran hacer todos los presidentes a nivel global. Algo semejante aconteció en México durante la última alternancia, donde el presidente de izquierda se negó a habitar la casa residencial de Los Pinos, pero adecuó habitaciones en el nada menos flamante Palacio Nacional.
El presidente Mujica mantuvo su domicilio a las afueras de Montevideo, en su modesta casa, sin servicios especiales, poca vigilancia y siempre se trasladó en su Volkswagen azul modelo 1987, sin blindaje, sin desfiles de escoltas y toda la parafernalia que los presidentes suelen tener tras de sí. Incluso, gran parte de su salario como presidente lo donó a múltiples instituciones de beneficencia. La austeridad como principio irrevocable, simbólico o real, así se mantuvo hasta el final de sus días.
Hoy en México el principio de esa izquierda que se erigió con el poder político desde hace siete años está cada vez más lejos del ideal que la población creyó a ojos cerrados: la austeridad, así como el no mentir, no robar y no traicionar al pueblo. Esa izquierda idealizada por uno de sus hacedores, el cual se trasladaba con humildad en un modesto carro Tsuru blanco antes de ser presidente, ese que hablaba y criticaba a la mafia del poder, el dispendio, los excesos y, sobre todo, la corrupción económica y la corrupción política.
La humildad de la izquierda en el poder se evapora, a los actores cercanos al gran presidente de izquierda, comenzando por sus hijos, les ganó la ambición, perdieron los principios pregonados y amasando el poder confluyeron en lo que todo político tradicional siempre ha hecho: enriquecerse a costa del tráfico de influencias y del erario. Unos sí y otros también comenzaron a hacer escandalosas inversiones, adquirir empresas, bienes raíces, asociarse en negocios, algunos señalados como irregulares: “por el bien de todo primero los pobres” fue un slogan de campaña que ha sido soterrado por el actuar de los políticos que han sucedido el poder, en eso que ellos mismos han llamado el segundo piso de la Cuarta Transformación. El priismo interno de la izquierda hoy en el poder reproduce lo que otro político del viejo régimen, que creció de forma humilde y logró amasar una amplia fortuna profirió con desmedido cinismo cuando se le cuestionó sobre su sorprendente riqueza: “Un político pobre es un pobre político”. En este segundo piso de transformación, los cimientos han sido descascarados, se asoma ya la impronta de la riqueza a toda costa: “Un político pobre es un pobre político”. Así han abundado la compra de lujosas y enormes propiedades, ranchos, la proliferación de inversiones, el establecimiento de empresas, el correr de millones de pesos y dólares en efectivo, viajes y dispendios en lugares turísticos de “alta gama”, compra de unidades vehiculares blindadas a precios de escándalo, muchos etcéteras.
Una acumulación y un derroche que se ha tratado de justificar a partir de herencias, negocios, pagos por prestación de servicios, asesorías, por muchos años de trabajo y un sinfín de formas que resultan absurdas e inverosímiles. Lo más paradigmático de nuestro gobierno de izquierda, es que los actores políticos con sobrado cinismo, tal como lo hacían los políticos del pasado, lo niegan, luego se acepta a medias y al final, se trata de justificar lo injustificable, luego silencio, omisión y la apuesta por el olvido: “por el bien de todos primero los pobres”, es ya una pobre metáfora sepultada en los cimientos del primer piso de la Cuarta Transformación.
Nuestra humilde izquierda ahí va ensimismada en su quehacer, blindada en su andar, viviendo de sus monólogos y de sus cada vez menos fieles y reducidos acólitos.
