El estudio “El costo de la caja de la masculinidad: Estudio sobre el impacto económico de los estereotipos masculinos dañinos en México” (Promundo–US y Axe–Unilever, 2019), indica que las prácticas dañinas de la masculinidad tienen un costo para la economía mexicana de por lo menos mil 400 millones de dólares, porque “las múltiples maneras en las que socializamos o criamos a los hombres y niños son destructivas, y los llevan directamente a lastimar a mujeres y niñas, a las familias y comunidades y así mismos”.
Así, en Tlaxcala, 68.6 por ciento de las mujeres de 15 años o más, experimentó algún tipo de violencia y 42.7 por ciento en los últimos 12 meses; por otro lado, el 41.4 por ciento de las mujeres de 15 años y más que han tenido una relación de pareja, ha sido violentado por su pareja a lo largo de la relación, y el 20.7 por ciento ha vivido situaciones de violencia en los últimos 12 meses (Endireh, 2021).
Esta masculinidad dañina tiene su origen en el patriarcado que también los perjudica a ellos –al impactarlos negativamente tanto en su salud mental, como en sus relaciones interpersonales y sociales, en el desarrollo sano de su identidad– al obligarlos a reprimir sus emociones, impedirles pedir ayuda y ocasionando que se privilegie su comportamiento violento y deshumanizado al idealizar que lo que les hace hombres y muy hombres es la violencia que pueden ejercer.
Y no, no se trata de minimizar o nulificar la responsabilidad que cada hombre perpetrador de violencia tiene, no se trata de renunciar a la exigencia de que ningún agresor detente poder público, porque ningún hijo sano del patriarcado debe ocupar un cargo de representación popular ni por designación. Es necesario denunciar y exigir que ninguna violencia de género quede en la impunidad. Sin embargo, el reciente caso del regidor de Tlaxcala también pone énfasis en el trabajo no hecho y en todo lo que hay que hacer por parte de todas las autoridades para desactivar las conductas violentas de los hombres desde un enfoque de género. Un primer paso para lograr transformar la actuación de los violentadores es su responsabilización, porque “estos hombres no son enfermos, sino que son responsables del ejercicio de la conducta violenta y que, por lo tanto, pueden cambiar”.