Te voy a recordar always, Fräulein Mayra.
Te voy a recordar, little green eyes, por aquel brumoso encuentro de jóvenes bebedores en Chihuahua, mientras te acompañábamos Daniel Téllez y yo de vuelta al hotel donde todos nos hospedábamos en Ciudad Cuauhtémoc.
Te voy a recordar, dearest, mientras charlábamos los tres en tu habitación, sobre nuestra rara generación, tan adicta al elogio y a los reconocimientos, por encima del trabajo y la disciplina.
Te voy a recordar, Mayrips, por aquella tarde en El Péndulo de la Zona Rosa, cuando me invitaste a colaborar en Complot. Cómo, en unas horas, planeamos el itinerario de una revista que buscó lo imposible, sólo porque era eso: imposible.
Te voy a recordar, Mayra, por nuestras largas, larguísimas sesiones de trabajo en el Taco Mayor, a la sombra de Torre Mayor, pegaditos a Reforma, comiendo tacos asesinos al aire libre. Tú, con tequilas derechos; yo, con Boing de mango.
Te voy a recordar, carissima, por las ideas que manaban y manaban en aquella sala de parto de las ideas que era la redacción de Complot, como el Manifiesto Nalgatorio o ponerle peluche a la edición de febrero, harto hot, por esos artilugios hijos de Onán. (Cómo nos odiaban por esas ideas)
Te voy a recordar, Mayra, porque eras implacable con la mediocridad. Simplemente no tolerabas una idea gastada, un lugar común, una línea rota que evidenciara las limitaciones de los escritores. Y eso nos exigía publicar a los mejores, en aquellos años de Complot.
Te voy a recordar, May, por esos días de furia y de desvelos; de lecturas compartidas y de críticas implacables; de fiestas interminables en La Condesa, en las que viviseccionábamos a quienes querían ser y no pudieron; y a los que llegaron por méritos propios; en aquellas noches que me obligaban a regresar de madrugada a mi casa en Tlalpan (ah, Tlalpan, cuántos años antes de ti, Cris: alguna vez tú y yo también caminamos por esas calles donde hicimos tanto y que ahora calcinan mi memoria).
Te voy a recordar, Mayra Inzunza, por tus palabras para Lithium, libro hermano de Litio, el tuyo, que me entregaste hace una década, en el Fondo de Cultura Económica, para que lo leyera y te diera cuál era la onda.
Te voy a recordar, Inzunza, allá, lejos, en Irlanda, mientras yo cruzaba el Mediterráneo para volver a nuestra cuna, esa África remota, pero que tenemos aquí en el ADN; y en la distancia, te pedía que compraras refrescos de Boing, para que apoyáramos a esa cooperativa. Y tú me contestaste que de dónde rayos ibas a sacar un Boing en Dublín.
Te voy a recordar siempre, Mayra Inzunza.
Te veo pronto.