Las producciones de verdad en los nuevos regímenes políticos han fallado tanto o más que sus sistemas de seguridad, paz y en el aseguramiento de los derechos más elementales, si es que algo así existe en su narrativa, sobre todo ahí, “abajo”, donde se originan la cotidianidad y los acontecimientos.
Los discursos oficiales ante la realidad del país están cada vez más huecos y vacíos, develan un nivel de cinismo tan atroz como la realidad que pretenden recubrir, son un doloroso espejismo de lo que asumimos sería el bienestar, el bien vivir, el bien habitar, el bien hacer y hasta del bien morir. Hemos llegado al punto en el que sólo los acólitos, los poco informados o los bien uniformados lo aplauden y lo avalan con tosca algarabía.
El espejismo comunicativo de los nuevos gobiernos ha convertido a la población afín en verdaderos policías de pensamiento, en verdugos dispuestos a enjuiciar y ajusticiar toda expresión que se aleje de su optimismo transitorio, esa expresión que empañe y obnubile su ilusión prestada, esa misma ilusión que, durante los últimos sexenios, ha sido generada por los antecesores asesinos de la historia, esos sicarios del pensamiento que se encargan de regenerar la narrativa de la verdad con ferviente punta de tinta roja. Una tinta que, al igual que la sangre, se regenera así misma en lo que denominan tejido social, no es necesario que sean los mismos hacedores de verdades, la narrativa ya fue impuesta y sobrevive, paradójicamente, cuando más sangre se derrama en la cotidianidad.
Hoy como ayer pensamiento–manos a la pluma y voces al discurso triunfalista son los que deben proliferar como verdades incuestionables. Nada nuevo bajo el sol, aunque para los devotos y concurrentes de la túnica guinda hasta el sol ya es otro. Sus narrativas hablan de un nuevo nacionalismo, transformación, progresos, crecimiento, bienestar, abrazos, humanismo, paz, felicidad y del anhelado fin de la pobreza. Tanto como ayer, sólo hablan de todo eso que cabe en los números y se refleja en anticlimáticas cifras, gráficas y gélidos algoritmos. Discursos y evidencias que denotan una percepción dudosa de lo que es algo cercano a la verdad y de lo que se experimenta en el día a día en cada rincón de este país.
Ejemplos abundan, pero, pensando en lo local, es de recordar la solicitud al gobierno estatal de que justificara por qué gastó del presupuesto del pueblo para adquirir un lote de 10 camionetas blindadas de alta gama para que sus funcionarios hagan su trabajo con confort y seguridad en uno de los estados que, según las cifras y las gráficas, se posiciona como de los más seguros del país ¿Cómo estarán los demás?
Es importante reiterarlo, al igual que ayer, las producciones de verdad en los nuevos regímenes políticos han fallado tanto o más que sus sistemas de seguridad, paz y el aseguramiento de los derechos más elementales, si es que algo así existe en la realidad, ahí donde suceden los acontecimientos. Al igual que ayer, la gente hoy padece los estragos de las violencias y sus legados atroces, pero, felices de saberse un eficiente policía de pensamiento, felices de verse reflejados en los espejismos discursivos y narrativos, expresiones huecas y vacías que no reflejan la realidad más allá de la palestra política, pero que si caben muy bien en los números, esos que se reflejan en anticlimáticas cifras, gráficas y gélidos algoritmos. ¡Espejismos!