En nombre de la paz, los muertos en la calle. Jicotencal, Teutila, Sábila, Margarito y Tránsito, cinco policías de Tlaxcala, se reúnen como cada semana en el tianguis para echarse un taco placero y hablar de lo de siempre: el trabajo, la familia y la última gran ironía del gobierno. Hoy, el tema es la paz.
Y no porque la haya, sino porque, de acuerdo con sus superiores, es lo que están construyendo con cada operativo, cada recorrido y cada carpeta de investigación que duerme en el escritorio de un Ministerio Público.
—Oye, Jico, ¿tú cuántos eventos por la paz llevas este mes? —pregunta Teutila, la más joven del grupo, entre mordidas a su tlacoyo.
—¿Cuáles? ¿Los de la oficina o los de la escuela de mi nieto? Porque ya no distingo —responde Jicotencal, el veterano del grupo, con una carcajada seca—. En la mañana hicimos guardia en una feria de cultura de paz y en la tarde me toca escoltar un desfile contra la violencia. Pero ayer tuvimos tres robos con violencia en el centro y ni patrullas había.
—Es que la paz hay que hacerla desde las aulas, Jico, no con patrullas —interviene Sábila, que a sus 32 años ya se sabe el discurso oficial de memoria—. ¿No viste el evento en Ixtacuixtla? Más de 500 personas boxeando por la paz. ¡Boxeando! —remata con ironía.
—Ah, sí —agrega Margarito, que lleva casi 20 años en la corporación—. Porque nada mejor que ver cómo dos personas dándose de golpes en un ring por la “cultura de paz”, mientras las y los funcionarios sonríen y aplauden desde la primera fila.
Se encargan de la paz, pero la gente tiene miedo
Tránsito, con su uniforme gastado y la cara marcada por los años de servicio, lanza un bufido.
—Mira, Margarito, lo que pasa es que estamos viendo el problema al revés. La paz ya no es el resultado de la seguridad, sino la excusa para no hacer nada. Antes, el gobierno se encargaba de la seguridad y la gente tenía paz. Ahora se encargan de la paz y la gente tiene miedo.
Silencio. Unos miran sus platos, otros el bullicio del tianguis. En un rincón, un grupo de jóvenes se toma selfies frente a un cartel que anuncia la próxima marcha por la paz.
—¿Sabes qué es lo peor? —dice Teutila, rompiendo el silencio—. Que ya nos acostumbramos. Antes, cuando mataban a alguien, se hablaba de eso por meses. Ahora hay asesinatos cada semana y apenas es nota de una sola mañana.
—Bueno, porque ahora hay prioridades, muchacha —dice Jicotencal, irónico—. ¿No viste el nuevo programa de “Abrazos con impacto”? Van a repartir chalecos antibalas simbólicos en las escuelas, para que los niños sientan que el gobierno los protege.
Margarito suelta una carcajada y da un trago a su refresco.
—Pues sí, Jico, pero qué bueno que son simbólicos, porque si fueran de verdad, ya los hubieran vendido en el mercado negro. Así como se vendieron los patrullajes en los pueblos y barrios donde ya no entramos.
Sábila asiente con la cabeza, su tono ya no es burlón sino resignado.
Tlaxcala, estado de paz, paz, paz
—Yo todavía me acuerdo cuando ser policía significaba algo. Cuando la gente nos respetaba, cuando los niños jugaban a ser policías, no a ser sicarios. Pero ahora, con tanta impunidad, lo que más cuida uno no es la comunidad, sino su propio pellejo.
—Y lo peor —agrega Tránsito, limpiándose las migajas del uniforme— es que nos usan para decorar sus eventos. Nos ponen en fila, nos toman la foto y, al final, seguimos igual, con los mismos radios sin batería y las mismas patrullas sin gasolina.
Jicotencal asiente y añade con sarcasmo:
—Pero eso sí, qué bonito se ven los discursos. “Tlaxcala, estado de paz”, dicen. Y uno aquí, esquivando balas y recogiendo cadáveres.
Teutila suspira, se saca el celular y revisa un mensaje en el grupo de la corporación. Suelta una risa sin alegría.
—Acaban de anunciar otro foro sobre pacificación en la politécnica. Esta vez sobre “La paz como herramienta de transformación social”.
—¿Van a transformar el miedo en tranquilidad con diapositivas? —pregunta Margarito con una sonrisa cínica.
—No, compañero —responde Tránsito, con el mismo tono—. Van a transformar el presupuesto en viáticos.
En nombre de la paz, los muertos en la calle
El grupo ríe con desgano. Es una risa amarga, de esas que se usan para no llorar. Pagan la cuenta y se despiden, cada uno regresa a su zona de patrullaje, a su realidad contradictoria, a un estado donde la paz se predica en los discursos, mientras en las calles se multiplica la violencia.
Mientras camina hacia su patrulla, Teutila mira su reflejo en el vidrio de un local. Por un momento, se imagina con un uniforme nuevo, con mejores condiciones de trabajo, con un gobierno que invierte en seguridad real y no en ceremonias vacías. Pero sabe que eso es solo una fantasía.
Suelta un suspiro, se coloca la gorra y sigue su camino. La jornada de abrazos la espera, y también el próximo asalto, el siguiente robo de auto, el siguiente homicidio sin resolver. Y así, en nombre de la paz, los muertos seguirán cayendo en las calles.