La semana pasada se celebraron dos fechas muy importantes para quienes formamos parte de la comunidad sorda. El 23 de septiembre fue el Día Internacional de las Lenguas de Señas y el 30 de septiembre, el Día Internacional de las Personas Sordas. Estas fechas no son simples celebraciones, sino momentos para reflexionar sobre nuestra historia, nuestra lengua y nuestra identidad.
Como persona sorda, cada año estas conmemoraciones me hacen pensar en lo mucho que significa tener una lengua que representa mi forma de ver el mundo. La Lengua de Señas Mexicana (LSM) no se escucha, pero se ve, se siente y se vive. Es el idioma que me permite comprender, comunicarme y construir vínculos sin barreras. No es un recurso médico ni un apoyo temporal: es una lengua completa que da vida a una cultura y a una comunidad orgullosa de sí misma.
Recordar estas fechas es también reconocer la lucha de quienes, en el pasado, enseñaron y defendieron la lengua de señas cuando era ignorada o prohibida. Gracias a ellos hoy podemos expresarnos con libertad y seguir fortaleciendo nuestra identidad sorda.
El Día Internacional de las Personas Sordas no solo celebra una condición, sino una forma de existir y de comunicarnos. Es una invitación a que la sociedad valore la diversidad lingüística y garantice una verdadera accesibilidad.
Yo no celebro la discapacidad, celebro mi existencia sorda, mi cultura y mi lengua. Porque ser sordo no es una limitación, sino una manera distinta —y hermosa— de estar en el mundo.
La interpretación en LSM requiere años de práctica, inmersión cultural y aprendizaje guiado por personas sordas expertas, quienes son las principales guardianas de esta lengua. Desafortunadamente, en muchos casos —no solo en Tlaxcala, sino a nivel nacional— se ofrecen servicios de interpretación sin contar con la preparación suficiente, lo que afecta la calidad del servicio y, sobre todo, el derecho de las personas sordas a una comunicación plena.


