Jessa Dillow, una sobreviviente de la pornografía, relata que siendo adolescente fue obligada a hacer vídeos pornográficos. Mientras la grababan teniendo relaciones sexuales, debía tener siempre una sonrisa fingiendo que disfrutaba todo lo que le hacían, si ella se negaba a hacerlo, la amenazaban con un arma de fuego diciéndole que le dispararían.
Elizabeth, otra mujer que fue víctima de las redes de pornografía, narra que en la grabación era forzada a recibir fluidos corporales en su cara o en cualquier lugar a donde quisiera el productor, y si no aceptaba, la amenazaban con no pagarle.
Nicki Blue cuenta que entre varios hombres y mujeres la sometieron. Un hombre se orinó en su boca. Luego la penetraron con una botella por el recto.
Estas historias muestran los altos niveles de violencia al que son sometidas las mujeres que son parte de las redes delincuenciales de la pornografía. A menudo se les obliga a aparentar que disfrutan de las escenas, incluidas las actividades sexuales más violentas, sin embargo, están siendo sometidas a tratos aberrantes que atentan contra su dignidad y vida.
En el imaginario de los hombres, quienes consumen pornografía, se construyen ideas de que las mujeres disfrutan lo que les están haciendo y que sus deseos sexuales deben ser satisfechos por esas mujeres. Luego esas fantasías buscan pasarlas a la realidad y es por eso que los hombres buscan tener esas prácticas con mujeres que son prostituidas.
Estudios realizados en torno a esta problemática estiman que casi uno de cada tres vídeos pornográficos contiene agresiones físicas violentas. El 88.2 por ciento de las escenas más famosas de la pornografía, contenía violencia o agresión física y el 48.7 por ciento contenía agresión verbal.
La pornografía, al igual que la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, tienen su base en dos grandes componentes. El ejercicio del poder patriarcal que impone los deseos sexuales de los hombres y el modelo económico que mercantiliza todo, incluido el cuerpo de las niñas y mujeres.
Emilio Maus, en su artículo el Papel de la demanda en la trata de personas, menciona que, en testimonios de mujeres víctimas de explotación sexual, algunas veces un demandante o cliente les solicitaban actuar alguna escena que vieron en algún vídeo pornográfico y que con frecuencia estas mujeres eran utilizadas para producir material pornográfico.
Víctor Malarek sostiene que la pornografía y los clientes–explotadores van de la mano: con frecuencia la pornografía es lo que les excita, alimenta su impulso sexual y los induce a actuar, y se ha demostrado que las personas que utilizan pornografía son más propensas a recurrir a la prostitución en busca de servicios sexuales.
Las pantallas nos muestran mujeres felices, gozantes, sumisas, dispuestas a hacer lo que el hombre les pida, pero lo cierto es que los testimonios de las mujeres que han podido salir de estas violencias y las investigaciones, dan cuentan de que hay una relación muy estrecha entre la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual y la pornografía, ambas se conjugan para seguir respondiendo a la demanda de quien solicita el cuerpo de mujeres y niñas, sin importar si están siendo violentadas, abusadas, violadas, agredidas o sí están viviendo explotación sexual.
El consumo de pornografía y del cuerpo de mujeres y niñas no responde a un impulso natural e instintivo, sino a un hecho social aprendido que se enseña y por tanto se puede cambiar. La educación escolarizada es una herramienta que podría abonar a desarticular procesos violentos y a construir nuevas formas de relación y de buen trato.