Después de la jornada comicial, el Instituto Electoral de Tlaxcala ha vivido una experiencia traumática que revela la captura que han hecho de la institución los partidos políticos en su afán por detener la democracia.
La evolución en las formas de gobierno impulsa cambios en las vías para acceder al poder. La violencia cede el paso a la democracia como la única vía civilizada para que la ciudadanía opte por un proyecto de desarrollo.
Los partidos políticos adquieren legitimidad como el único medio a través del cual la ciudadanía se organiza para expresar la multiplicidad de intereses y proyectos que pueden competir para decidir a través del voto.
Deja de existir la posibilidad de que los partidos políticos prolonguen su estancia en el gobierno porque elección tras elección es posible que un partido suceda a otro, con lo que la alternancia se inaugura como parte de la normalidad democrática.
En Tlaxcala, como sucede con todo el país, las elecciones se transformaron, de ser un rito de pasaje a través del cual se confirmaba la voluntad del gobernante a una competencia por la que se definía al representante popular.
La organización y presión de la sociedad civil obligó a la creación de una arquitectura institucional para garantizar la legitimidad del proceso: reglas claras para la competencia, reconocimiento de los competidores, financiamiento público y árbitro imparcial.
Los partidos políticos descubren el poder que la sociedad les otorga y en lugar de profundizar para avanzar en una mejor democracia, se dedican a la captura de las instituciones para frenarla.
Esta perversión es lo que ha dado como resultado el estado de cosas que viven los organismos electorales y que tiene a la sociedad crispada porque no hay resultados confiables de un proceso en el que los actores principales no fueron los ciudadanos, sino los partidos políticos.