El sol de Sábado de Gloria, inclemente como un juez sin clemencia, achicharra a Tlaxcala con una intensidad que invita más a la siesta que a la reflexión espiritual.
Sin embargo, cinco almas locales encuentran refugio en la barda que divide las cristalinas aguas del Zahuapan, ese río que tiene más plantas de tratamiento que medicamentos en el IMSS–Bienestar.
El puente de fierro, imponente y oxidado, es símbolo de la infraestructura que sobrevive al sol de Sábado de Gloria.
Sábila, la comadre comunicativa, con la lengua afilada como machete, lanza la primera piedra: ¿Se enteraron del show en Xicohtzinco? ¡Qué coincidencia que justo cuando los enfermos del IMSS–Bienestar se quejan de la falta de medicinas, se les ocurre ir a dar un discurso.
Teutila, la maestra graduada por la SEP en náhuatl, a cambio del pago de un taller dice: No es un evento aislado. Sábila agrega, es un síntoma de algo más profundo que el sol. La gente siente que su voz se pierde en el viento. Los incendios forestales arrasando bosques, la inacción de las autoridades… es como si a nadie le importara.
Nos venden un Tlaxcala de ensueño en los folletos turísticos, pero la realidad es que ese sueño se está quemando.
Jicotencal, el obrero de la construcción, con la piel curtida por el sol y la desconfianza grabada en el alma, interviene con su pragmatismo sin adornos: A mí no me vengan con cuentos de hadas. La confianza no se construye con promesas vacías, sino con resultados tangibles.
Y aquí, los resultados son tan escasos como el agua que sale de las modernas plantas de tratamiento. ¿A quién le importa si las encuestas dicen que el gobierno tiene un 60 por ciento de aprobación, si a mí me roban las herramientas en la obra y la policía se encoge de hombros? La confianza se gana con hechos, no con palabras.
La familia, el último refugio
Margarito, el pequeño comerciante que no comerciante en pequeño, con la preocupación dibujada en cada arruga de su frente, se suma al coro de la desconfianza: Y ni hablar de la burocracia.
Para abrir un negocio, te piden más papeles que para construir una pirámide. La corrupción es como una plaga, lo infecta todo. Y luego se quejan de que el 50 por ciento de los ciudadanos desconfía de ello ¡Pues claro! ¡Si hasta para conseguir un permiso hay que dar mordida!
El anciano Tránsito, con su sabiduría teñida de escepticismo, lanza una risa amarga: Ustedes son jóvenes, todavía tienen la ilusión de que algo puede cambiar. Yo he visto pasar gobernadores, gobernadoras y promesas, y la historia siempre se repite.
Ahora resulta que el 90 por ciento de la gente confía más en la familia. ¡Pues no me extraña! ¡Es el último refugio que nos queda cuando las instituciones fallan una y otra vez!
Sábila, siempre lista para el drama, añade: Y ni se les ocurra meterse en política. ¡Con razón solo el 30 por ciento de los ciudadanos confía en los partidos! ¡Son como los vendedores de elotes en la feria, prometen elotes dulces y te dan puras mazorcas chiclosas!
Teutila, en un raro momento de sarcasmo, comenta: ¡Qué consuelo que al menos confiamos en las universidades públicas, con su 80 por ciento de aprobación! ¡Así nuestros jóvenes pueden estudiar para irse de Tlaxcala y buscar un lugar donde la confianza no sea una especie en peligro de extinción!
Jicotencal, con su lógica aplastante, señala: No nos equivoquemos. No toda la culpa es del gobierno. Nosotros también tenemos nuestra parte. La mitad de los que tienen contacto con la policía sufre corrupción. ¿Cómo vamos a exigir honestidad si nosotros mismos la negociamos?
En un mar de desconfianza
Margarito, con un suspiro que parece cargar el peso de todos los trámites burocráticos, dice: Es un círculo vicioso, ¿no? Desconfiamos de las autoridades, ellos desconfían de nosotros y, al final, la confianza se convierte en una moneda devaluada.
Algunos medios de comunicación, con su 50 por ciento de credibilidad, a veces parecen más interesados en el escándalo que en la verdad. ¿A quién le creemos?
Tránsito, con la voz cargada de la sabiduría amarga de los años, sentencia: La confianza es como el agua del Zahuapan: una vez que se contamina, es muy difícil purificarla. Y aquí, la hemos ensuciado tanto con la corrupción, la ineficiencia y las promesas rotas, que ya ni siquiera recordamos cómo era cuando corría limpia.
En ese momento, un silencio pesado cae sobre el grupo, interrumpido solo por el murmullo del río y el estallido lejano de un cohetón, celebrando un Sábado de Gloria que se desvanece entre la ironía y la desesperanza.
Sábila rompe el silencio con una pregunta retórica: ¿Y qué va a pasar con Tlaxcala? ¿Estamos condenados a vivir en este mar de desconfianza?
Teutila, con un atisbo de esperanza en su voz, responde: No lo sé, Sábila. Pero creo que el primer paso es reconocer el problema. Y hablar de ello, aunque sea con ironía y sarcasmo. Quizás, si nos reímos de nuestra desgracia, podamos encontrar la fuerza para cambiarla.
Valdría la pena intentarlo
Jicotencal, siempre práctico, añade: Y exigir resultados. No conformarnos con promesas, sino presionar para que las cosas se hagan bien. La confianza se recupera con trabajo duro, no con discursos.
Margarito, con un nuevo brillo en los ojos, dice: Y apoyarnos entre nosotros. Los comerciantes pequeños, los obreros, los maestros… Si nos unimos, podemos hacer la diferencia. La desconfianza nos divide, pero la solidaridad nos fortalece.
Tránsito, con una sonrisa triste, pero sabía, concluye: Quizás la confianza no vuelva a ser la misma, pero podemos construir algo mejor. Una sociedad donde la honestidad y la justicia sean más importantes que el poder y la corrupción. Y eso, al menos, valdría la pena intentarlo.
Y así, mientras el sol del Sábado de Gloria se despide con un último resplandor anaranjado sobre el Zahuapan, cinco tlaxcaltecas encuentran un rayo de esperanza en medio de la desconfianza.
No es una solución mágica, pero es un comienzo. Y a veces, en un mundo de ironías y desengaños, un comienzo es todo lo que se necesita para construir verdaderamente una nueva historia.