El sexismo es uno de los pilares más sólidos de la cultura patriarcal y de nuestras mentalidades. Casi todas las personas en el mundo hemos sido educadas de manera sexista y además pensamos, sentimos y nos comportamos de manera sexista sin incomodarnos o sintiendo que es preciso hacerlo. Podemos entender el sexismo como todas aquellas prácticas y actitudes que promueven el trato diferenciado de las personas en razón de su sexo biológico, del cual se asumen características y comportamientos que, se espera, las mujeres y los hombres actúen cotidianamente.
Desde niñas estamos rodeadas de estas prácticas cotidianas desde el nacimiento, al grado de creer que así es el orden de las cosas y que es normal; estas prácticas sexistas afectan principalmente a las mujeres dada la vigencia de creencias culturales que las consideran inferiores o desiguales a los hombres por naturaleza. La forma como dichas creencias se reflejan en el lenguaje y en las prácticas cotidianas da lugar al sexismo.
El lenguaje, como vehículo para la comunicación y expresión de las emociones, opiniones o ideas, también constituye un medio para reproducir o perpetuar creencias de género que desvalorizan o invisibilizan a las mujeres y lo femenino; por ello, es importante comprender que el sexismo está en el uso y los significados que se le dan a ciertas palabras y conceptos, así como recordar una máxima de Fina Sanz: “el lenguaje refleja y expresa nuestra realidad, lo que no se nombra no existe”.
ONU Mujeres estableció el Día Internacional de las Niñas el día 11 de octubre, este año el tema se centró fue “Con ellas: una generación de niñas preparadas”; en todo el mundo, las niñas enfrentan dificultades que obstaculizan su educación, formación e ingreso en el mercado laboral. Tienen menos acceso a la tecnología de la información y las comunicaciones, así como a los recursos, donde la disparidad mundial entre los géneros está creciendo.
El trabajo sin duda implica forzosamente la transversalidad de género, comprender que más allá de los contextos sociales, culturales, económicos, tecnológicos, o institucionales, permanece una educación sexista instalada en todos los ámbitos, además de las resistencias para modificar estas asimetrías del poder que ponderan ciertas habilidades y capacidades a las mujeres y otras a los hombres desde edades pequeñas. Urgen reconfiguraciones sobre estas relaciones y los mensajes que mantenemos naturalizados como parte de nuestra cotidianidad en lugar de desacreditar y mal entender las interrogantes que los movimientos feministas han colocado en lo público y que pretenden justamente visibilizar los impactos y obstáculos que implica mantener un sistema machista para garantizar la igualdad.
Por otro lado, la misoginia está presente cuando se piensa y se actúa como si fuese natural que se dañe, se margine, se maltrate y se promuevan acciones y formas de comportamiento hostiles, agresivas y machistas hacia las mujeres y hacia lo femenino. La misoginia es política porque sólo por ser mujer la persona es discriminada, inferiorizada, denigrada, abusada, marginada, sometida, confiscada; porque por ser mujer está expuesta al daño. Es un recurso consensual de poder que hace a las mujeres ser oprimidas antes de actuar o manifestarse, aun antes de existir, sólo por su condición genérica.
Comprender que seguimos siendo una sociedad que niega las oportunidades de desarrollo integral a las niñas, que responsabiliza a las mujeres de todas las edades por ser violadas, acosadas o incluso asesinadas, significa mirar cómo todas nuestras construcciones están basadas en la misoginia y que negarlo implica la reproducción una y otra vez de estas prácticas que colocan, desde la infancia, a las mujeres en un contexto feminicida.
Ante ello, se comprende otra cara que muestra la violencia contra las mujeres en México: son los feminicidios de niñas. Cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), citadas por el sitio méxico.com, refieren que desde 2015 se tienen registrados 194 feminicidios de niñas y adolescentes. El Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW) de la ONU dio a conocer este 23 de julio sus conclusiones sobre la violencia que enfrentan las mujeres en el país y lamentó que los “persistentes altos niveles de inseguridad, violencia y del crimen organizado, así como los retos asociados con estrategias públicas de seguridad, afecten negativamente al disfrute de los derechos de las mujeres y niñas”.
El problema no sólo es que desde pequeñas muevan el cuerpo al ritmo de tal o cual género musical, eso no da derecho a nadie de ejercer actos violentos contra ellas, el problema son los mensajes misóginos de canciones y contenido sexista en los medios que hemos normalizado a raíz de esta educación machista; además con modelos estereotipados de lo que se espera que sea una mujer y de la relación estrecha que han puesto entre el ser hombre y el ejercicio de poder mediante la violencia contra las mujeres, que va desde las expresiones más sutiles hasta las más extremas, misma que la mayoría de los hombres no se cuestiona, al contrario, se nos cuestiona a nosotras; minimizando e invisibilizando la violencia.
Si queremos construir una sociedad en la que hombres y mujeres gocen de los mismos derechos y además reciban un trato equitativo para ejercerlos y desarrollar sus potencialidades, entonces es necesario y es importante que nuestras palabras y nuestros actos también reflejen esa representación igualitaria, respetuosa e incluyente. Es responsabilidad de todas y todos, no es una cuestión de cómo educa la mamá por su obligación impuesta a ser ella quien acompañe en la crianza, tampoco toca hacerlo sólo en casa, es obligación de las autoridades generar las estrategias para garantizar que estas prácticas no se mantengan desde las instituciones y vigilar que en los medios no persistan estos mensajes de discriminación, sexistas o misóginos.
Colectivo Mujer y Utopía
