(Trump vuelve a la Casa Blanca)
Cuando Joe Biden derrotó a Donald Trump en 2020, pensé que yo había hecho un mal negocio al comprar varios libros sobre esa bestezuela de la creación adornado con un peluquín amarillo. Cuatro años después, una masa de gringos conspiranoicos, racistas, evangélicos de doble moral, me han devuelto la tranquilidad: la sección “Donald Trump” de mi biblioteca vuelve a cobrar vigencia.
Uno de esos volúmenes se titula escuetamente Miedo. Trump en la Casa Blanca, del legendario periodista Bob Woodward, uno de los dos reporteros que destaparon el caso Watergate, saldado con la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos.
En la mejor línea del periodismo de investigación estadunidense, Woodward ofrece una ágil radiografía del paso de Trump por la Sala Oval. Destaca el desorden, los arrebatos, la inestabilidad y, por supuesto, la egolatría del hombre del peluquín.
Escribe el veterano periodista, a propósito de las intenciones del entonces mandatario de cancelar el tratado de libre comercio entre Estados Unidos y Corea del Sur: “Trump cambiaba constantemente, se mostraba errático e inestable”. Sobre ese mismo pasaje, presenta esta otra viñeta: “A pesar de las informaciones casi diarias de caos y desavenencias en la Casa Blanca, el público no llegó a saber el alcance real de la situación”.
Miedo es una de las palabras favoritas de Trump. A partir de su verborragia, se vale del miedo para ablandar a sus contrincantes, una estrategia que aprendió de Roy Cohn, su abogado de toda la vida (la próxima semana escribiré una reseña de El aprendiz, cinta que retrata los primeros años de la carrera empresarial de Trump, y en la que Cohn jugó un papel primordial). Vale apuntar que Cohn también fue abogado de célebres mafiosos neoyorkinos.
En Miedo, Woodward retrata a un Trump obsesionado con el dinero: por ejemplo, quiere cancelar el acuerdo comercial con Corea del Sur porque le representa un déficit comercial a Estados Unidos de 18 mil millones de dólares; además, las tropas estacionadas en el país asiático le costaban (en 2017) más de 3 mil 500 millones de dólares al erario. Trump quería acabar con todo eso.
Uno de sus asesores económicos, consciente del papel geoestratégico que representaba la alianza con Corea del Sur, evitó la ruptura entre los dos países. Woodward explica que los sistemas de detección de misiles instalados en Corea del Sur pueden identificar un proyectil disparado desde Corea del Norte en algo así como siete segundos, mientras que una base localizada en Alaska tardaría hasta 15 minutos en hacerlo. El misil se llevaría unos 38 minutos en llegar hasta Los Ángeles.
Sin embargo, Trump no tenía ni la más xodida idea de eso. Él solo quería sacar a los 28 mil soldados estadunidenses estacionados en Corea, ahorrarse los gastos y abatir el déficit con ese país. Todo era dinero.
Más adelante, Woodward refiere una agria conversación con generales del Pentágono y con el secretario de Estado, Rex Tillerson, que se resistían a esa salida. Tras recibir una andanada de improperios por parte de Trump, que abandonó la reunión, Tillerson soltó un “—Es un puto imbécil”, dicho en voz alta “para que todos lo oyeran”, escribe Woodward.
Pero para muchos wannabes, Donald Trump es algo así como un ejemplo a seguir.
No tienen xodida idea.