La celebración del día del padre se inició en Estados Unidos, cuando el presidente Calvin Coolidge en 1924 lo declaró una celebración en su país, mientras que, en México, adoptamos esta fecha en 1972, en los últimos años la celebración ha venido tomando mayor fuerza, realizándose el tercer domingo de junio.
De acuerdo con datos del Inegi, en 2015, en Tlaxcala había 310 mil 504 hogares, de los cuales 227 mil 904 tienen jefatura masculina. Esta fecha invita a celebrar las paternidades afectivas, responsables, cercanas, que cuidan y dan buen trato; sin embargo, a la par nos invita a revisar ¿Cómo son las paternidades? ¿Cómo se construyen? ¿Contribuyen a la equidad entre hombres y mujeres? ¿Tiene alguna relación la paternidad con la violencia hacia las mujeres?
En las elecciones pasadas, varios candidatos que aspiraban a un puesto público fueron dados de baja de la elección debido a que eran deudores de pensión alimenticia, ejercieron violencia familiar o sexual. El fin de semana pasado, varios hombres fueron denunciados en las redes sociales por ser deudor alimentario, además de ser violento hacia su pareja o ex pareja. De enero de 2020 a mayo de 2021, se publicaron en medios de comunicación seis casos de padres que violaron a sus hijas en nuestro estado y sabemos que los consumidores de prostitución o de víctimas de trata con fines de explotación sexual son hombres casados, con hijos e hijas.
Los anteriores datos son indicativos de que las paternidades aún están permeadas por la violencia y no se deben celebrar, hacerlo, significaría avalar la violencia e irresponsabilidad masculina. Socialmente y desde las políticas públicas, hay mucho por hacer, es necesario cuestionar y sancionarlas por la sociedad y/o las autoridades, pues de no hacerlo este tipo de conductas serán repetidas por otros hombres y por las siguientes generaciones. Por otra parte, cuando los hombres deciden ejercer una paternidad afectiva y del cuidado, se ven cuestionados, señalados y muchas veces aislados, debido a que no siguen el ejercicio de una paternidad hegemónica.
La paternidad no escapa al orden patriarcal impuesto sobre lo que significa ser hombre, por el contrario, va educándonos para mantener privilegios que generan desigualdad entre hombres y mujeres, basta recordar la idea aún existente de que “por naturaleza las mujeres son más sensibles y comprensivas con los hijos”, así, a la par que las mujeres contribuyen en el trabajo remunerado y a la economía del hogar, se les responsabiliza y cargan los trabajos domésticos: la alimentación, la educación, el cuidado ante la enfermedad, el juego, el lavar su ropa, bañar a los y las niñas, entre muchos aspectos más que sido obligadas a asumir solo a las mujeres.
Por otra parte, la demostración de cariño y la expresión de sentimientos aún es limitada, generando en los hijos (varones) una limitada sensibilidad ante el sufrimiento de las otras personas, en particular de las mujeres, con lo cual se van dando las condiciones para el ejercicio de la violencia particularmente hacia las mujeres.
Este cuestionamiento hacia la paternidad es una oportunidad que tenemos los hombres para contribuir a desestructurar las múltiples violencias que ejercemos hacia las mujeres, incluida la desaparición, el feminicidio y la trata con fines de explotación sexual, es la oportunidad para desobedecer los mandatos establecidos y fracturar el sistema patriarcal, como nos dice Rita Segato: “Yo fui enseñado así, pero este mandato lo anulo, no es lo que quiero”, como siempre, el decirlo o escribirlo no hará que se convierta en un hecho, pero es un punto de partida para transformar la paternidad violenta, irresponsable, lejana sentimentalmente y promotora de la cultura de consumo.
Para acelerar la transformación cultural de esta paternidad es necesario de políticas públicas que promuevan un ejercicio de la paternidad en pleno acuerdo con la pareja, una paternidad que aporte al bien, el desarrollo y equidad de los hijos e hijas. Esta es una tarea impostergable para quienes en unos meses asumirán el gobierno estatal y municipal.