Los estudios de las emociones han identificado que, en el presente, el sentimiento del odio ha cobrado un lugar preponderante a partir de un evento considerado como “atentado terrorista”: la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, en el centro económico de Nueva York, Estados Unidos.
Este suceso configuró amplias comunidades emocionales, representó un punto de inflexión que marcó un antes y un después en la semántica de las emociones, particularmente, del odio. El odio se convirtió en la columna vertebral en la que el gobierno norteamericano ancló un lenguaje que identificaba la otredad, ese otro que significa riesgo, amenaza, miedo. La otredad como sujeto semántico cobró tanta relevancia que configuró las políticas de seguridad interna y externa. Generó un sentimiento de pánico moral promovido desde el uso político del miedo, a nivel local y global.
Para los estudiosos de las emociones, el colapso de las Torres Gemelas marcó la génesis de la era posestructural o posmoderna, con ello devino la emergencia del “Giro Emocional”. Este giro emocional configuró la política interna y externa de Norteamérica, la opinión de la prensa internacional consolidó, desde entonces, un nuevo orden sentimental, a través del que se comunicaba y se establecía un régimen emocional en el que el miedo, el riesgo y el odio fungieron como un articulador de lo social y político. El miedo, el riesgo y el odio se consolidaron como las más “modernas de las emociones”, contra todo o todos aquellos que se oponían a su proyecto, su ética y su moral sociopolítica.
El gobierno norteamericano consolidó comunidades emocionales a partir del uso político del miedo ante los actos terroristas. Ese régimen emocional compartió intereses, valores, objetivos, comportamientos, semánticas y formas de pensar situadas tanto local, como globalmente. Estas comunidades a mediano y largo plazo terminaron por regir los rituales oficiales y los reglamentos afectivos de una amplia población, la cual poco a poco fue ampliándose globalmente.
Aunque las definiciones sean aún imprecisas, indiscutiblemente hay elementos que cruzan el estudio de las emocionalidades, uno de ellos, como ya se señaló, es la semántica. Sin lenguaje, las emociones son más difíciles de comprender, conocer y analizar. Ello hace indispensable analizar las semánticas, contextualizar el habla, concebirla como un elemento no estático. De tal forma que debemos partir del hecho de que las emociones cambian, mutan, desaparecen, por lo que es imperante identificar su dimensión semántica a través del tiempo. Por ello, Bjerg nos alerta sobre la reevaluación del lenguaje, en establecer los contextos semánticos y encontrar los múltiples matices de su significado, el significado de esas palabras en los actores que las lexicalizan.
A más de dos décadas de distancia, poco hemos reparado en que las semánticas y los lenguajes agudizan las otredades, dado que los recientes regímenes políticos, sean del espectro ideológico que sean, siguen promoviendo la semántica de odio, configurando comunidades emocionales que están siempre dispuestas a asumir sus lenguajes, semánticas saturadas de contenidos ideológicos fundamentados en el miedo/rechazo a la otredad, expresados en palabras llanas y rústicas, pero cargadas de odio y, al tiempo, sumamente útiles para esa comunidad.
La verdad o ascesis de esas comunidades emocionales son arropadas, asumidas y defendidas sin cuestionamiento alguno por sus integrantes, quienes se posicionan con una supremacía ética y moral. Por ello, esas comunidades defienden sus verdades y los rituales que de ella derivan, las defienden de ese otro, de aquel o aquellos que osan cuestionar la verdad de sus semánticas.
Siguiendo la recomendación de Bjerg, al menos en México, asistimos a una inalterabilidad semántica del odio, esta semántica no ha sido desmontada, renovada a pesar de las múltiples alternancias–transiciones políticas. Cambian los contextos, los actores que las lexicalizan, pero no el sentido, el significado de las semánticas, las cuales, hoy tanto como ayer, están cargadas de miedos, riesgos y odios contra todo aquello que no se entiende o alcanza a comprender, todo eso que se asume daña la ética, la moral y las comunidades emocionales congregadas.
