El periodo correspondiente al México antiguo abarca más de 34 milenios. En un extremo se ubica el arribo de las primeras bandas de cazadores–recolectores, que de acuerdo con la evidencia arqueológica se remontaría a hace al menos 33,000 años (en Tlaxcala se han encontrado vestigios de aquellos grupos); en el otro extremo se encuentra la llegada a las costas del Caribe y del Golfo de México de los primeros expedicionarios europeos, en 1517, con el malhadado Francisco Hernández de Córdova, a quien siguieron Juan de Grijalva y Hernán Cortés, aunque hay evidencia de viajes de otros exploradores.
En el ínterin, el actual territorio ocupado por lo que ahora conocemos como México albergó a grupos humanos que mostraron diferentes grados de desarrollo material, cultural y espiritual, en un proceso marcado por la sucesión de eventos y la simultaneidad de escenarios. Para la comprensión de esa dinámica histórica, se ha propuesto el concepto de superáreas culturales: Mesoamérica (que abarca la región central y sur de México, además de Belice, Guatemala, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Costa Rica); Aridoamérica (noreste de México y Baja California, además de extensas porciones de Texas, Arizona y Nuevo México); y Oasisamérica (noroeste de México y partes de California y Arizona).
En algún momento, ese vasto territorio llegó a formar parte de una sola unidad política: la Nueva España primero, y posteriormente México, hasta que se dio el choque con el expansionismo estadounidense, que estuvo a punto de devorar a nuestro país. Los habitantes de cada una de aquellas superáreas culturales mantuvieron intensas y extensas relaciones, como han mostrado la arqueología y otras disciplinas.
El arqueólogo José Luis Lorenzo propuso que el periodo dominado por los grupos trashumantes, al que llamó Etapa Lítica, se divida en dos grandes periodos: el Arqueolítico, que significa lítica antigua y se extiende desde el año 33,000 hasta el 12,000 antes de la Era Común (aEC); y el Cenolítico, que significa lítica nueva, dividido a su vez en Inferior (del año 12,000 al 7,000 aEC) y Superior (del año 7,000 al 5,000 aEC). De esta manera, el Cenolítico se extendería del 12,000 al 5,000 aEC.
Las herramientas del Arqueolítico eran sencillas y hasta toscas, relativamente fáciles de elaborar, obtenidas a partir de golpear una piedra con otra. Así se tenían piezas de bordes cortantes y ángulos agudos, empleadas para raspar, rayar, cortar, machacar y golpear.
En cambio, en el Cenolítico hubo un refinamiento en la elaboración y productos finales, del que proceden instrumentos más acabados y diversos, como puntas de proyectil, navajas, cuchillos y raspadores. A esta etapa corresponden las puntas de proyectil conocidas como Clovis y Folsom, dardos que eran arrojados por propulsores (estos instrumentos iban a permanecer hasta prácticamente el fin del México antiguo, como lo atestiguan los numerosos atlatl que se han conservado).
Para el Cenolítico Inferior (7,000 a 5,000 años aEC), varios grupos elaboraban utensilios más especializados, como hachas y piedras de molienda, lo que ha decir de los autores es síntoma de un mayor consumo de semillas. Poco a poco se iba dando una transición hacia nuevas formas de vida.
Un aspecto para destacar es que buena parte de los artefactos se han encontrado a nivel de tierra y no en excavaciones. El periodo preagrícola es escaso en información debido a varios factores: baja densidad demográfica; dispersión de los grupos; destrucción de los vestigios (salvo los de piedra); y pocas excavaciones.
Las evidencias arqueológicas se reducen propiamente a los utensilios de piedra; hogares; restos de huesos de fauna que sirvió de alimento; y los pocos restos óseos humanos recuperados. Apoyados en campos diferentes a la arqueología, y a partir del estudio de grupos “primitivos” que se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XIX e incluso al XX, se pueden deducir algunos comportamientos que habrían tenido los grupos humanos de la Etapa Lítica.
Se estima que hubo grupos constituidos por bandas formadas por menos de cien individuos, cuyas relaciones estaban guiadas por el parentesco y el reconocimiento de un ancestro común. En otras ocasiones, como los periodos de abundancia de caza, llegaban a formarse bandas de hasta mil personas, entre varones, mujeres, niños y ancianos.
La transición del Pleistoceno al Holoceno acarreó varios cambios ambientales, decisivos.
El acontecimiento que a la larga representó rutas históricas diferentes para cada una de estas zonas fue la domesticación de varias plantas, principalmente el maíz, que se acabaría convirtiendo en el alimento base, aunque también se cultivó frijol, calabaza, chile, zapote blanco, zapote negro y guaje, y de algunos animales.
Hasta el momento se tiene muy poco claro qué orilló a los grupos de cazadores-recolectores a optar por la agricultura, si se toma en cuenta la enorme inversión energética que requiere el cultivo, cuidado y cosecha de las plantas, además de su posterior cuidado para evitar su descomposición. Como haya sido, la enorme región que abarcaba aquel México antiguo fue uno de los centros donde se inventó la agricultura, independientemente de otros focos, como el Próximo Oriente o China. Además, se convirtió en el territorio con una civilización singular, que desarrolló lo que en términos occidentales se denomina religión, política, filosofía, ciencia, historia, literatura y arte.


