Históricamente el patriarcado ha originado una opresión hacia las mujeres que repercute en su integridad y dignidad. Dicha opresión se expresa en diferentes violencias que cotidianamente viven, entre ellas, la trata con fines de explotación sexual, la desaparición y el feminicidio. El documento Incidencia Delictiva y Llamadas de Emergencia al 911 plantea que, en México, del año 2019 al 31 de enero de 2021 se han registrado 873 mujeres presuntas víctimas de trata y mil 949 víctimas de feminicidio. Estas violencias no solo son pérdidas humanas, lo cual ya es sumamente grave, también tienen un impacto en la familia, la comunidad y la sociedad.
Por más que en el marco del 8M, una gran cantidad de hombres adoptamos nuestra posición a un discurso conveniente, nuestras prácticas individuales, colectivas e institucionales muestran que nos seguimos resistiendo a reconocer que la violencia vivida por las mujeres es real y grave, y que nosotros somos la fuente de dicha violencia.
Por poner un ejemplo, en la trata de mujeres con fines de explotación sexual nos resistimos a transformar nuestras ideas de superioridad de los hombres para vivir sustantivamente los derechos con las mujeres, por eso construimos justificaciones como las siguientes: son los hombres tratantes los responsables, lo son las autoridades que no hacen su trabajo, las familias que no las cuidan o es culpa de ellas por no huir. Con ese conjunto de expresiones lavamos nuestra conciencia de hombres y mantenemos activos los mercados sexuales al menos desde dos elementos:
- Los consumidores (demandantes) nunca asumen su responsabilidad.
- Desde una práctica desigual en el ejercicio de los derechos, pues en la medida que sucede esto las mujeres son más vulnerables ante la trata y otras violencias.
Como bien han señalado las mujeres del movimiento feminista, lo personal es político, es decir, mis actitudes de hombre en los diversos espacios de vida (familia, pareja, escuela, trabajo, comunidad, etc.) mandan un mensaje social, construyen y legitiman las prácticas sociales patriarcales. Lo anterior adquiere relevancia en el actual contexto electoral, pues si bien lo personal es político, para quienes pretenden un puesto de servicio público esta dimensión de lo personal sin lugar a dudas será un factor que determine la forma en que realicen el ejercicio público, ya sea para la aprobación de leyes o la implementación de la política pública. A nivel nacional se han hecho una serie de señalamientos, por el ejercicio de violencia contra las mujeres, a hombres que buscan acceder a puestos públicos, en medios de comunicación se ha hablado de 25 hombres de los partidos del PRI, PAN, PES y Morena, sin embargo, como hombre hay que reconocer que la amplia mayoría nos encontramos atravesados por el patriarcado, por lo cual estas cifras pueden ser mucho mayores.
Si lo personal es político, es importante que los hombres, especialmente quienes aspiran a los puestos públicos, comprendan que tienen posibilidades de involucrarse para desestructurar la violencia, por lo cual es necesario empezar a informarnos y reeducarnos, dejar de negar las acciones violentas que ejercemos, evitar la colusión con otros hombres, rechazar cualquier acto de violencia, incluida la trata con fines de explotación sexual y que cuestionemos todas las desigualdades que existen entre mujeres y hombres. Lo anterior solo es posible en la reeducación, por lo cual no es nada descabellado pensar en que los hombres quienes aspiran a ser candidatos, por su amplia posibilidad de ser los constructores de las leyes y la aplicación de la política pública, en adelante deberán presentar constancias de haber participado en procesos reeducativos de la violencia hacia las mujeres dirigidos por profesionales con experiencia. Como ciudadanía somos responsables de no votar por aquellos candidatos que sean señalados por violencia hacia las mujeres.