El día de las madres, una fecha aparentemente dedicada al amor y la gratitud, se erige como un campo de tensión desde la perspectiva feminista. Sus orígenes se entrelazan con figuras que buscan reconocer el rol social de las mujeres, su evolución genera debates cruciales en torno a los roles de género, la idealización de la maternidad y su inevitable mercantilización.
Una de las principales tensiones radica en la reafirmación de estereotipos. La celebración a menudo se centra en una imagen idealizada de la madre abnegada, sacrificada y dedicada exclusivamente al cuidado del hogar y la familia.
Esta visión limita la complejidad de la identidad femenina, invisibiliza sus aspiraciones profesionales, intelectuales y personales más allá de la maternidad. El feminismo cuestiona esta esencialización, busca reconocer a las mujeres en toda su diversidad y lucha contra las expectativas sociales que las encasillan en roles predefinidos.
La idealización de la maternidad se convierte en un punto de fricción. Si bien el trabajo de crianza es innegablemente valioso, la celebración tiende a glorificarlo de una manera que puede ejercer presión sobre las mujeres, especialmente aquellas que eligen no ser madres o que experimentan la maternidad de formas diversas y complejas.
El feminismo aboga por una visión más realista y equitativa de la maternidad, reconociendo sus desafíos y demandando el apoyo social, económico y político necesario para quienes deciden maternar, sin convertirlo en un mandato o una vara de medir el valor de una mujer.
La comercialización masiva del día de las madres choca frontalmente con los principios feministas. El feminismo critica cómo esta lógica de mercado instrumentaliza el afecto filial, al convertir un acto de reconocimiento en una obligación de compra.
Celebrar a las madres es importante, pero hacerlo con una mirada crítica, consciente de los estereotipos, la idealización y la presión consumista.