El agua y la fertilidad de la tierra es uno de los ecos más importantes del carnaval de Tlaxcala. No es solo una festividad llena de danza y disfraces. Era el medio a través del que se pedía a las deidades el agua para la fertilización del campo.
En su origen, retoma símbolos y prácticas de ceremonias prehispánicas como el Altepeilhuitl, la fiesta de pedimento de lluvia, vinculada a Matlalcuéyetl, la diosa del agua. Aunque la evangelización intenta erradicar estas prácticas, la población encuentra en el carnaval una vía para mantenerlas, fusionándolas con elementos cristianos y enmascarándolas bajo una apariencia festiva.
En Papalotla, una comunidad al pie del volcán La Malinche, el carnaval sigue una estructura que responde a un calendario agrícola más que a una tradición europea. Se realiza en el periodo seco, justo antes del inicio de la temporada de lluvias, tal como los antiguos ritos de petición de agua.
Las danzas, como La Muñeca y La Culebra, evocan la relación entre la fertilidad, la lluvia y el ciclo de la vida. La Muñeca, por ejemplo, representa tanto a la Virgen como a la diosa del agua, simbolizando la unión de ambas tradiciones en una sola imagen.
Los disfraces y máscaras no son solo ornamentos; encarnan una dualidad entre lo sagrado y lo mundano. El charro, figura emblemática del carnaval, es descendiente de los guerreros danzantes que buscan equilibrar las fuerzas de la naturaleza con sus movimientos.
Incluso la fecha del carnaval coincide con los antiguos ritos de Atlacahualo, cuando los mexicas realizaban sacrificios infantiles para asegurar la llegada de la lluvia.
Aunque hoy en día el carnaval se presenta como un espectáculo turístico. No es solo una fiesta; es una plegaria enmascarada, una danza que invoca la lluvia con cada zapateado.