El 6 de junio de 1591, un grupo de aproximadamente 400 familias tlaxcaltecas emprende una de las migraciones más significativas en la historia colonial de la Nueva España. Este movimiento, conocido como el “éxodo tlaxcalteca” “la diáspora tlaxcalteca” o la “salida de las 400 familias”, no es resultado del azar ni de una crisis repentina.
Por el contrario, es producto de un cúmulo de factores estructurales, condiciones sociales adversas y una estrategia negociada con la Corona española. La posición de Tlaxcala en el siglo XVI es singular. Como aliada de Hernán Cortés durante la conquista del imperio mexica, Tlaxcala recibe ciertos privilegios de la Corona española, como exenciones tributarias y una relativa autonomía.
Sin embargo, esta situación favorable se va erosionando conforme avanza la consolidación del orden virreinal. El sistema colonial, diseñado para explotar los recursos materiales y humanos de los pueblos indígenas, no tarda en extender su control sobre Tlaxcala.
La creciente escasez de tierras
Uno de los factores que más presiona a las comunidades tlaxcaltecas es la creciente escasez de tierras. Aunque Tlaxcala conserva formas de propiedad comunal, el avance de los colonos españoles, el crecimiento poblacional tras las epidemias, y la introducción de la ganadería extensiva generan una competencia feroz por los recursos agrícolas. Este conflicto por la tierra debilita la base económica tradicional de los tlaxcaltecas y siembra inquietudes entre las generaciones más jóvenes, que ven limitado su acceso a los medios de subsistencia.
A esta tensión territorial se suman las crecientes cargas tributarias. Aunque inicialmente exentos, los tlaxcaltecas son progresivamente integrados al sistema de tributo colonial. Se les exige entregar productos, textiles y, en ocasiones, prestar servicios personales. Esta sobrecarga fiscal no solo mina su economía, sino altera sus dinámicas sociales y comunitarias. Paralelamente, la demanda de mano de obra para obras virreinales, haciendas y minas provoca migraciones forzadas y desintegración de estructuras familiares.
Además, las epidemias del siglo XVI diezman a la población tlaxcalteca. La devastación demográfica reduce la fuerza laboral, afecta la producción agrícola y genera una atmósfera de vulnerabilidad. En medio de este contexto crítico, la idea de migrar hacia nuevas tierras —menos pobladas, menos presionadas y con promesas de alivio— comienza a tomar fuerza.
Internamente, las tensiones dentro de la nobleza tlaxcalteca también juegan un papel relevante. Las disputas entre linajes y la lucha por el poder local impulsan a ciertos sectores a buscar nuevas oportunidades en otros territorios. Para muchos, el norte ofrece no solo tierras, sino la posibilidad de ascenso social y autonomía frente a los grupos dominantes locales.
Las capitulaciones: promesas que abren horizontes
El éxodo tlaxcalteca no es improvisado ni forzado sin consentimiento. Es resultado de un proceso de negociación política entre los líderes indígenas y la administración virreinal, plasmado en las capitulaciones: una serie de promesas, beneficios y garantías ofrecidas a quienes acepten colonizar el norte del virreinato.
Uno de los incentivos más poderosos es la concesión de tierras. En contraste con la presión agraria sufrida en Tlaxcala, el norte promete espacios fértiles, extensos y disponibles para el cultivo y la crianza de ganado. La posibilidad de establecer asentamientos propios, con dominio efectivo sobre el territorio, es una motivación clave para las familias que anhelan seguridad económica y continuidad cultural.
Otro elemento fundamental es la exención de tributos y servicios personales. Como aliados históricos, los tlaxcaltecas gozaron de un estatus privilegiado, y este fue ratificado o extendido en las nuevas regiones. Liberarse de las obligaciones fiscales y laborales del régimen colonial les permite reinvertir tiempo y recursos en el fortalecimiento de sus nuevas comunidades, y representa un alivio directo a las penurias que enfrentan en su lugar de origen.
La promesa de autonomía política y cultural también es central. Se les asegura la posibilidad de mantener sus formas de gobierno tradicionales, sus autoridades indígenas, y sus costumbres legales internas. Esto incluye el uso del náhuatl como lengua de gobierno local, la organización comunal del trabajo y la aplicación de normas consuetudinarias. Preservar la identidad tlaxcalteca en un entorno distinto fue una prioridad para los migrantes, y las capitulaciones respondieron a esa necesidad.
En algunos casos, las capitulaciones también contemplan recompensas adicionales por servicios prestados. Aquellos que demuestren valor en la defensa de los nuevos territorios podrán obtener títulos honoríficos, cargos administrativos o privilegios comerciales. Estos incentivos refuerzan el compromiso de los migrantes con el proyecto colonizador y afianzan su rol como aliados armados y productivos en regiones hostiles.
Una salida estratégica en un imperio en expansión
La migración de las 400 familias debe entenderse también en el contexto más amplio de la expansión española hacia el norte. El virreinato requiere mano de obra confiable, agricultores expertos y guerreros leales para enfrentar la resistencia de grupos indígenas como los chichimecas. Los tlaxcaltecas, con una reputación consolidada por su papel en la conquista del centro de México, se convierten en piezas clave del engranaje colonizador.
No es una migración desesperada, sino una estrategia calculada. Las familias tlaxcaltecas aceptan un traslado arduo y lleno de incertidumbres con base en promesas específicas, condiciones claras y una evaluación realista de su situación. Enfrentan problemas severos en su tierra natal, pero no renuncian a su dignidad ni a su cultura. Apuestan por la posibilidad de reconstruir sus vidas en nuevos territorios bajo sus propios términos.
El éxodo/diáspora/salida de 1591, por tanto, no solo constituye un episodio relevante de la historia de Tlaxcala, sino también un ejemplo paradigmático de cómo los pueblos indígenas negocian con el poder colonial, redefinen sus estrategias de supervivencia y participan activamente —aunque no siempre voluntariamente— en los procesos de expansión del imperio español.
La partida de las 400 familias tlaxcaltecas
La partida de las 400 familias tlaxcaltecas hacia el norte no es un desplazamiento sin rumbo, sino una decisión compleja, motivada por condiciones adversas y por la esperanza de un porvenir más justo. Las presiones territoriales, fiscales, demográficas y sociales de Tlaxcala empujan a muchas familias a considerar la migración como un horizonte viable.
Las capitulaciones, por su parte, ofrecen garantías concretas: tierra, exenciones, autonomía y privilegios. Es un pacto entre una élite indígena que busca preservar su comunidad y un régimen colonial que necesita consolidar su dominio.
Este episodio no solo habla del sufrimiento y la esperanza, sino también de la capacidad de negociación, la agencia histórica y la resiliencia cultural de los pueblos indígenas en contextos de dominación. Al recordar el éxodo tlaxcalteca, se reconoce una historia de resistencia estratégica, de adaptación inteligente y de contribución decisiva al proyecto colonial, en condiciones que, aunque profundamente desiguales, también son moldeadas por la voluntad y la acción de los propios tlaxcaltecas.