Martes, abril 23, 2024

Economía para la vida

Del 5 al 16 de junio de 1972,  la ONU realizó en Estocolmo, Suecia, la cumbre internacional “Sobre el Medio Humano”, donde se abordó el problema del deterioro ambiental evidenciado por el Informe Meadows del Club de Roma de 1971, “Los límites del Crecimiento”, en donde por primera vez se cuestionaba el dogma capitalista que identificaba al “desarrollo” con el crecimiento económico permanente, medido además con el PIB y denunciaba, con datos duros, el creciente deterioro ambiental provocado por el modelo irracional de producción y consumo: destrucción de los ecosistemas y la biodiversidad, contaminación del aire, agua y tierra, avance de la desertificación, alteraciones del clima y la aparición de nuevas enfermedades y epidemias.

De esa Primera Cumbre de la Tierra apenas salieron 26 principios y 10 recomendaciones relacionadas con los derrames petroleros y la caza de ballenas, entre otros; sin embargo, la cumbre tuvo el mérito de haber puesto al medio ambiente en el centro de los problemas del modelo productivo y estableció el 5 de junio como el Día Mundial del Medio Ambiente.

Los tímidos esfuerzos de esta conferencia, rápidamente fueron acallados y desvirtuados por los dueños del dinero: dos años después, en 1974, en el contexto echeverrista de lavar la cara del régimen por las matanzas de 1968 y 1971, México fue anfitrión del Seminario Internacional sobre el Deterioro Ambiental en Cuernavaca, Morelos, en el Hotel Cocoyoc, cuyas resoluciones (Declaración de Cocoyoc) incluyeron el término de Ecodesarrollo (un desarrollo que se subordinara a los límites de la naturaleza, en vista a preservar todas las formas de vida en el planeta) como el objetivo central de la economía. Días más tarde, el entonces secretario de Estado en el gobierno de Nixon, Henry Kissinger, envió un telegrama al presidente del PNUMA, manifestando el veto tajante de su gobierno hacia el uso oficial de este término, porque perjudicaría sus inte­reses (es decir, los capitales) norteamericanos, pues de ninguna manera aceptarían subordinar o limitar su producción y su crecimiento económicos a los límites del planeta, e impusieron el término Desarrollo Sostenible, que permitía mantener intacto el principio del crecimiento infinito, como objetivo de la economía, y anulando de un plumazo la existencia de los límites naturales impuestos por la naturaleza.

Hoy, a 50 años de distancia, aunque se sigue celebrando el Día del Medio Ambiente con acciones simbólicas y declaraciones vacías, estamos siendo testigos de que las prospectivas del Informe Meadows, se han venido cumpliendo una a una; la actual pandemia es una confirmación de que se han sobrepasado esos límites y de que no podemos regresar a la misma “normalidad” consumista y depredadora que nos ha llevado a este punto de crisis. Es cierto que la magnitud de los problemas ambientales han obligado a los gobiernos y a las sociedades a tomar medidas remediales o paliativas: reforestar, usar menos el automóvil, reciclar la basura, cuidar el agua, etc., pero se trata siempre de soluciones al final del túnel que no tocan el fondo del problema: cambiar el modelo de producción y consumo que distribuye y depreda los recursos naturales para la comodidad de unos cuantos y a costa de la salud y la miseria de la gran mayoría. Cuidar el ambiente no puede reducirse a acciones simbólicas, tienen que llegar a un cambio de hábitos y valores de la mayoría de la población consciente, mismos que sólo se pueden dar si nos reconectamos a la naturaleza y nos replanteamos cuáles son nuestras verdaderas necesidades y cómo las podemos satisfacer sin dañar a los ecosistemas.

Construir una economía que tenga como objetivo central mantener la vida, depende de los cambios en cada uno de nosotros, pues las empresas–gobierno siempre seguirán en su lógica depredadora, mientras existan los consumidores dóciles de su modelo de vida chatarra.

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