Hace más o menos cuatro semanas, comentábamos aquí mismo sobre la falacia del “crecimiento inevitable”, con la que se anunciaba la entrega y futura operación del Programa de Ordenación de la Zona Metropolitana de Tlaxcala–Apizaco. Y decíamos también que este programa es un componente más en el proyecto neoliberal de establecer la Cuarta Zona Metropolitana del país, y de convertir toda la región de Puebla y Tlaxcala en un área gigante de producción industrial –que no desarrollo para la población– principalmente dedicada a la construcción de automóviles, de sus partes y equipamientos. Clúster Automotriz, le llaman.
Para esto se requiere –como se ha venido haciendo desde hace muchos años– de despojar legalmente a las poblaciones de sus territorios para prepararlos y ofrecerlos a la industria que se quiera instalar ahí, dando preferencia a las medianas y grandes; y ahora también, vía los documentos de ordenamiento u ordenación territorial que se imponen, para las constructoras e inmobiliarias que tengan capacidad para venir a ocupar con acero, cemento y block los espacios verdes que todavía quedan al interior de las áreas urbanas en las ciudades y los pueblos. “Allanar el camino a las empresas…” –como lo anunciaba sin pudor alguno el gobernador anterior–, es el trabajo que los gobiernos estatales han realizado desde hace ya varios sexenios.
Pero el problema no es que haya instrumentos de ordenamiento, y ni siquiera que haya inversión por parte de las empresas, no. El problema es que ni la instalación de empresas ni los documentos de ordenamiento se piensan ni se llevan a cabo con base en la realidad del estado y de la Cuenca del Alto Atoyac entera, y mucho menos conforme a las necesidades de la población. ¿Por qué si las cosas se pueden hacer bien, industrias y gobiernos se empeñan en hacerlas mal? La respuesta más inmediata puede ser que a ambos actores no les conviene cambiar el modelo neoliberal de producción y destrucción, porque les da cada vez más ganancias.
Pero, más al fondo, el problema está en la egopolítica neoliberal que en Tlaxcala se mantiene y que, a su vez, se sostiene en el pensamiento egológico con el que se busca permear a la sociedad. De acuerdo con investigadores y escritores como Carlos Díaz y Pedro Laín, algunas de las características de ese pensamiento –que orientan su acción– son las siguientes:
La exterioridad e intercambiabilidad: el otro y la otra son anónimos; se aprecian sólo en su apariencia, en su cuerpo… Son intercambiables.
La objetuidad: el otro y la otra son solamente cosas entre las cosas, meros objetos, medios o instrumentos para ser usados, nada más.
La inventariabilidad y tenencia: el otro y la otra son reducidos a sus funciones, “sirven para”, forman parte del registro o del catálogo del gobierno y de la empresa, se aprecian por sus propiedades. Son meramente recursos, son parte de la capacidad instalada.
Y la indisponibilidad e insensibilidad: nunca se dan condiciones reales para mejorar la realidad de las y los otros, se procura sólo su sobrevivencia.
Con esta visión, las posibles mejoras que se logren en el ingreso, y hasta en la salud de la población a través de los programas sociales, les vienen bien a las empresas, pues mantienen y hasta aumentan el rendimiento de la gente que emplean para sostenerse en el mercado y seguir aumentando sus ganancias. Y los gobiernos se mantienen en la egopolítica neoliberal y desde ahí se esfuerzan en realizar acciones y hasta modificar leyes en pro de las empresas.
Pero a pesar de esto, hay que destacarlo y traerlo siempre al frente, en Tlaxcala, en la Cuenca del Alto Atoyac entera, y en las demás regiones que estaremos ya formando parte de la Cuarta Zona Metropolitana, las personas nos mantenemos en resistencia. Luchamos porque los cambios en la política, tanto en la ejecución como en la legislación y ahora en las magistraturas, se hagan verdaderamente de fondo y no a modo. Es decir, que no sólo se den en formas y funciones, sino que se impulsen desde pensamientos y actitudes diferentes que consideren a las y los otros como personas, como iguales, y entonces sí, comenzar a hacer bien las cosas.