Según Jürgen Habermas, la comunicación política conlleva, al igual que otras comunicaciones, un principio racional, pero con una orientación diferenciada. La comunicación política tiene siempre una razón orientada a valores, normas, fines, medios y recursos. El objetivo más importante es impactar en el mundo de la vida para mantener patrones culturales, generar la integración social, alcanzar fines políticos o asegurar las adaptaciones comunitarias. La característica de la comunicación política es su pretensión de validez.
Hoy como ayer, se empeñan en desarrollar lo que en términos de Habermas se llama actos perlocucionarios, es decir, actos en los que el orador se expresa afanosamente para lograr impactar en el mundo social, en la comunidad ampliada y no lo hace sólo para expresarse por necesidad de hablar, por informar o siquiera por darse a entender. El acto perlocucionario pretende convencer, imponer, adoctrinar o cohesionar. Parte siempre de una pretensión de validez que impacta en la reflexión de los sujetos.
De forma cándida suelen sostener que el pueblo –el mundo de vida– debe estar en el centro de las decisiones políticas, en el centro de la gubernamentalidad. La lógica de la dirección de comunicación es que el gobierno es el único agente del cual emerge la verdad, es el único generador de la información verídica, creíble, por ello genera, a través de la información, certezas a la población, en palabras de Habermas, cohesiona y ordena el mundo de la vida.
El lenguaje aspira a que la población establezca acuerdos, se fortalezca la identidad, la cultura y la acción social. Anhela que las interacciones sean consensadas y armónicas. Una réplica del ejercicio comunicativo que desde hace años se desarrolla día con día en las conferencias mañaneras del Poder Ejecutivo federal. Una comunicación que, en términos políticos, se convierte en un monólogo, en un circunloquio, no propiamente en un diálogo de ida y vuelta con los medios de comunicación, sino en un monólogo impuesto.
La comunicación perlocucionaria está lejos de ser un elemento social, la base de acuerdos entre el gobierno y la sociedad, puesto que el mundo de vida, la experiencia de la población es contraria, no es algo homogéneo como lo asume y lo pretende establecer la dirección comunicativa. Ese lenguaje, esa comunicación, se convierte en un elemento pragmático formal, en otras palabras, no es una comunicación–información encaminada a la integración, sino más bien, un engaño consciente, una estafa de verdad que intenta un día y el otro también imponerse en la sociedad para que esta asuma esa comunicación y ese lenguaje como una experiencia obviamente ficticia, como un espejismo de su realidad, una percepción artificial de lo que pasa en el país, en su ciudad, en su barrio, en su comunidad.
Demostrado está que esa estrategia comunicativa no ha generado más que verdades no fácticas, no válidas para la población que resiste a los discursos gubernamentales, esa comunicación que está arropada de valores, normas, fines, medios y recursos. Esto quiere decir que no se descubre ningún hilo negro en la estrategia comunicativa. Esta práctica tiene ya una larga data, una considerable historia que la avala. Es, sostendría Habermas, una comunicación dramatúrgica y teleológica: dramatúrgica porque está encaminada a conmover y adoctrinar la subjetividad de la población, a consolidar una comunidad emocional dócil políticamente; teleológica porque esa comunicación es desplegada con una intención consciente para generar una sociedad acrítica.
La estrategia comunicativa federal que se pretende implementar suele tener pocos alcances, pues esa comunicación no resulta ser coherente con el sistema y el mundo de vida al que pretende llegar, cohesionar. Esa comunicación no alcanza a colmar las experiencias, expectativas y la verdad que la sociedad necesita. Siguiendo a Habermas: “esa comunicación carece de una ética comunicativa, por tanto, no alcanza a generar una deliberación pública, como una práctica política que oriente a la sociedad a una realización integrada”. En otras palabras, la estrategia comunicativa que se presenta como un modelo novedoso no ha hecho más que reproducir un modelo comunicativo político funcionalista, a través del cual se tiene la ilusión de reinventar la esfera pública, la esfera política, esferas sin tensiones, sin cuestionamientos, una gran esfera aproblemática.
Ese modelo fue ejemplificado por Habermas como el problema entre dos niñas por un vestido: Niña Q: debes prestarme una falda. Niña P: ¿por qué debo hacerlo? Niña Q: Porque te lo dijo tu mamá. Niña P: Sí, es cierto, tómala de mi ropero.
En este caso la niña P aceptó las tres pretensiones de validez, debido a que es verdadera, recta y veraz la información otorgada por la niña Q. Ella tenía una falda y tenía que prestarla, pues su mamá se lo había dicho y eso era una verdad incuestionable, las dos lo sabían, pues la mamá lo había anunciado, la comunicación de la mamá es una pretensión de validez, una comunicación fáctica, que ninguna de las dos niñas podía ignorar.
