Jueves, marzo 28, 2024

Cencalli II

Con Cencalli, una planta de maíz florece en un espacio que tradicionalmente fue símbolo del poder opresor y excluyente de nuestras culturas ancestrales: el edificio del “Molino del Rey” que formaba parte de la residencia oficial de Los Pinos. Este edificio construido en el siglo XVI como un complejo de molinos para fabricar harina de trigo, el cereal traído por los europeos, que pasó por diferentes usos, hasta llegar a ser la sede oficial del Estado Mayor Presidencial (ya desaparecido), alberga hoy la historia viva del cereal que desde hace miles de años ha sustentado a las culturas de México y de todo el Continente Americano.

Desde la segunda hasta la cuarta planta de este austero edificio, se muestra el desarrollo biosociocultural del teocintle, hasta llegar a las más de 300 variedades actuales de maíz, distribuidas a lo largo y ancho del territorio nacional; pero no se presenta como una historia pasada, sino como un presente que sobrevive a través del cultivo persistente y resistente de la planta de la vida, de la rica, nutritiva y variada gama de alimentos y bebidas que siguen sosteniendo la vida cotidiana y festiva de la mayoría de comunidades rurales e indígenas de México. La adaptación arquitectónica del espacio no pudo estar en mejores manos que en las de Óscar Hagerman Mosquera, arquitecto mexicano de la UNAM, de origen sueco y gallego, precursor y promotor desde los años 60, de una arquitectura al servicio del pueblo, accesible a los más excluidos, con materiales naturales y destinada a resolver sus necesidades básicas, preservando sus valores, su identidad cultural y su vida comunitaria; arquitectura que algunos han denominado “arquitectura esencial”, “arquitectura ergonómica”, “arquitectura natural” o “bioarquitectura”.

Enfoque totalmente opuesto a la arquitectura monumental y a la arquitectura masificadora y uniforme que confina la vida en anónimos microespacios urbanos. Este enfoque llevó a Hagerman a trabajar toda su vida en comunidades rurales de diferentes regiones del país, diseñando y construyendo con ellas, escuelas, hospitales, auditorios y casas–habitación en las que las personas se sienten a gusto y las consideran suyas; utilizando siempre materiales naturales de la región que no dañen al medio ambiente y re actualizando las técnicas tradicionales de construcción con tecnologías sustentables para captar y reciclar el agua o para generar energía alternativa. Desde esta perspectiva, es cofundador de la Universidad del Medio Ambiente. Por la riqueza de su trayectoria, resulta evidente que, nadie mejor que él para adaptar este recinto para ser la “casa del maíz”, de la cultura ancestral que vive y resiste.

Su aportación principal al interior del edificio, además de establecer espacios abiertos para la museografía, fue desnudar una parte de las paredes para exponer los materiales naturales con los que fue construido y que remiten a su raíz prehispánica, subyacente, el marco perfecto para la planta sagrada. Cencalli, sin embargo, no se puede reducir a un museo inerte, un escaparate de objetos inanimados. Los testimonios que alberga, sin duda, son símbolos de nuestra cultura, que se complementan armónicamente con las manifestaciones vivas y actuales de los pueblos del maíz que se han venido presentando en el exterior del recinto: el programa permanente de la presencia de las culturas de los diferentes estados de nuestro país, con su gastronomía, sus artesanías, sus manifestaciones artísticas y culturales que se hacen más visibles en lo que ahora podemos considerar como el corazón de la mexicanidad: la casa del maíz y de la cultura alimentaria, demostrando que no se puede separar la historia pasada, el presente vivo y la construcción de un modelo diferente de sociedad, en donde la vida sea el centro y no el dinero.

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