El miércoles 29 de septiembre pasado quedará marcado en la conciencia de los mexicanos conscientes como un parteaguas histórico: en el edificio del Molino del Rey, ubicado dentro del Complejo Cultural de Los Pinos, fue inaugurada “Cencalli, la casa del maíz y de la cultura alimentaria”. En el marco de una ceremonia muy sencilla, pero llena de emotividad y significado, se abrieron las puertas de un espacio, símbolo de los gobiernos autoritarios y entreguistas que traicionaron los ideales revolucionarios de 1910, para recibir y honrar al principal símbolo de la identidad nacional desde tiempos inmemoriales: el maíz y su enorme riqueza biocultural que, a pesar de todo, ha sustentado y sigue sustentando la vida de millones de mexicanos hoy en día.
Establecer un espacio público como centro dinamizador de la cultura del maíz, no significa crear un museo de objetos inertes del pasado, sino abrir un punto de encuentro, de creación y recreación de esa riqueza biocultural basada en la semilla sagrada que, de acuerdo con el Popol Vuh, sirvió de materia esencial para crear a la humanidad. Significa reconocer el trabajo paciente y milenario de las mujeres y hombres campesinos que desde tiempos remotos y hasta el presente, lograron transformar al humilde teozintle en las más de 300 variedades de colorido maíz que hoy en día sigue alimentando a los pueblos de México, de Latinoamérica y de otras partes del mundo, incluyendo a Asia y África.
También significa reconocer la lucha y resistencia de los miles de productores y consumidores por defender los maíces criollos, frente a la voracidad del capital que desde la mentira de la “revolución verde” ha venido imponiendo un modelo alimentario basado en la producción agroindustrial de alimentos carentes de valor nutritivo, aderezados con saborizantes y productos químicos adictivos que en lugar de nutrir enferman y dejan a las personas a merced de la industria farmacéutica, como lo ha demostrado la actual pandemia.
En particular en Tlaxcala, uno de los centros de origen de la semilla sagrada, en las últimas décadas la lucha ha sido frontal contra el maíz transgénico; en este sentido, Cencalli representa un logro para las personas y organizaciones que llevan décadas promoviendo el cultivo y preservación de las semillas criollas, conjuntando las mejores prácticas de la agricultura tradicional, con modernos avances tecnológicos; que han promovido las ferias locales del maíz, los foros estatales sobre la preservación del maíz y las semillas criollas, la declaratoria de numerosos ejidos en el estado de mantenerse libres de semillas transgénicas; la creación de comisiones locales de defensa del maíz nativo, la creación de los mercados de productos orgánicos manejados por los mismos productores; que han impulsado la investigación y el inventario de los maíces nativos de Tlaxcala; que han logrado elaborar, impulsar y aprobar una ley estatal para proteger a los maíces nativos, que ahora ha dado origen a una ley federal similar; que están participando en la demanda colectiva que ha logrado detener la siembra de maíz transgénico, por mencionar algunos de entre otros muchos esfuerzos colectivos. Cencalli representa un avance y un reconocimiento a la lucha colectiva, pero no se pueden echar a volar las campanas; la lucha sigue, y dentro de ella, a los consumidores les toca desempeñar el papel fundamental de decidir sobre el tipo de alimentos que puede adquirir que realmente los nutran y no los enfermen. Si se pueden seguir produciendo alimentos sanos y nutritivos, especialmente de maíz, hace falta que los ciudadanos conscientes los valoren, los adquieran, los promuevan y los consuman, cambiando sus hábitos alimenticios, pervertidos por la publicidad engañosa de las agroindustrias transnacionales que lucran a costa de la vida.