El pragmatismo es el padre putativo de la política. La ideología y los programas partidistas son futilidades, naderías. En las prácticas “democráticas” recientes, sea en México, Alemania, Italia o Estados Unidos, se privilegia a la persona por encima del partido. El candidato es el principio, el medio y el fin.
Entre más carismático o popular, mejor. Mucho mejor. El propósito es conseguir votos. Se sigue el principio del “Haiga sido como haiga sido”, como alardeó Felipe Calderón. El fin justifica los medios, reza el lugar común maquiavélico.
Bajo esa óptica, todo vale, sin importar que se lance como candidatos a personajes impresentables. Un ejemplo superlativo es el de Cuauhtémoc Blanco. Arrastra votos gracias a la narrativa del niño pobre de barrio que enfrenta todas las adversidades y hace realidad su sueño; en el caso de Blanco, ser jugador y estrella del fútbol.
Desde sus tiempos en el América quedaba claro el tipo de sujeto que es. Cómo olvidar aquella imagen suya, puesto a cuatro patas (nunca mejor empleada la palabra patas para este animalito de la Creación), mientras simulaba orinar sobre la línea de meta, para celebrar un gol (el equipo contrario era dirigido por Ricardo Antonio Lavolpe, quien había dejado fuera del Mundial de Alemania 2006 al nada corriente jugador americanista). Elegancia pura.
Tuerto en tierra de ciegos, Blanco necesitaba poco para destacar en el famélico fútbol mexicano. En realidad, nada del otro mundo, aunque suficiente para que la maquinaria de Televisa lo convirtiera en uno de esos personajes que malamente llaman ídolos.
La historia no hubiera pasado de allí, si a un par de empresarios metidos a políticos (los hermanos Roberto y Julio Yáñez) no se les hubiera ocurrido contratar —tal cual— a Blanco para que fuera candidato. Según testimonios de Roberto Yáñez, en 2015 le pagaron 7 millones de pesos al exjugador para que contendiera por la presidencia municipal de Cuernavaca, bajo las siglas del Partido Social Demócrata, al que también habían alquilado. Blanco ganó casi por default, gracias a varias triquiñuelas que permite la laxa ley electoral. De entrada, el americanista ni siquiera vivía en Cuernavaca. Pero ese detalle era irrelevante. Peccata minuta. Qué más daba. Lo importante era la intención de “salvar” a la gente de Cuernavaca de las garras de la inseguridad, la corrupción, la violencia.
Pero nada pasó. El Cuauh mostró lo que verdaderamente es: un individuo limitado, mediocre, incapaz, que dejó la responsabilidad de gobernar en su apoderado, José Manuel Sanz (manejador también de Hugo Sánchez y de Rafael Márquez), al que le inventó un puesto en la presidencia municipal.
Luego vino el 2018. Y el pragmatismo volvió a aparecer. Ahora en la persona de Andrés Manuel López Obrador. La elección de ese año podría ser la última oportunidad para que el tabasqueño llegara a Palacio Nacional. Era necesario pactar con quien fuera. No importaba si se tratara de Elba Esther Gordillo (verdadero artífice de la derrota de López Obrador en 2006, luego de las maniobras de la maestra para convencer a varios gobernadores priistas).
En algún lugar del Infierno, Maquiavelo seguramente rio a carcajadas aquel domingo 1 de julio de 2018. Creo que López Obrador no necesitaba de esas alianzas o de subir al barco moreno a personajes como Cuauhtémoc, que en ese año contendió por la gubernatura de Morelos. Y ganó por goleada. Los verdaderos perdedores fueron los habitantes del estado.
Otra vez, las cuauhtemiñas hicieron de las suyas. Su gobierno estuvo envuelto en la polémica y la insignificancia. Alguna vez dejó botado el gobierno, alegando problemas personales, solo para irse de viaje a Brasil. En otro momento, un periódico local publicó una foto donde Blanco era acompañado por tres líderes de grupos criminales: Irving Eduardo Solano, del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y Guerreros Unidos; Homero Figueroa, líder de Los Tlahuicas; y Raymundo Isidro Castro, también del CJNG.
¿Cuál fue la jugada de Blanco? Decir que muchos se quieren tomar fotos con él, y que no le puede preguntar a qué se dedican. Lo xodido es que esa foto se habría tomado en una residencia del americanista. Sacó a relucir la camiseta. De hecho, sobre él llovieron acusaciones de tener nexos con el crimen organizado, que la delincuencia aumentó durante su gubernatura, que los feminicidios se dispararon, que la corrupción campeaba en el Palacio de Gobierno. Pero nada de eso pudo contra el hijo putativo de Tepito.
(La narrativa de Televisa quiso venderlo como originario del barrio bravo. En realidad, Blanco nació en Tlatilco y luego vivió en Azcapotzalco, aunque después su familia se trasladó a Tepito. Allí lo encontró el fútbol. Debutó en el América el 5 de diciembre de 1992, a los 19 años, al filo del tiempo).
Como recompensa por su emblemática gestión como gobernador, el Cuauh recibió la bendición del fuero legislativo, a través de una muy merecida diputación federal. Atrincherado en ese cargo, logró esquivar otra bala: evitó el desafuero que lo dejaría al nivel de nosotros los mexicanos de segunda o de tercera clase. Así podrá enfrentar aforado una denuncia de intento de violación, presentada por su hermanastra, Nidia Fabiola Blanco.
Pragmatismo puro. Salud, seguramente dijo Maquiavelo en el Infierno.