Jueves, julio 17, 2025

Bendiciones convertidas en maldiciones

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En Tlaxcala, cada gota de lluvia no solo es una bendición agrícola, sino una maldición para el automovilista. El deterioro de la infraestructura vial en la entidad ha dejado de ser un asunto de percepción para convertirse en una realidad palpable que se mide en llantas tronadas, suspensiones descompuestas y en el creciente hartazgo ciudadano.

No es exageración, pero las calles y carreteras del estado parecen más campos minados que vías de tránsito, y lo peor: la autoridad permanece en un estado de abandono crónico. Un recorrido superficial por los 60 municipios de Tlaxcala basta para confirmar lo evidente.

Según datos del Inegi, Tlaxcala cuenta con más de 4 mil kilómetros de caminos y carreteras, de los cuales más del 60 por ciento presenta algún tipo de deterioro funcional, ya sea grietas, baches o falta de señalización. El dato se vuelve alarmante si se toma en cuenta que en los últimos tres años, el presupuesto estatal para infraestructura vial ha caído un 28 por ciento, pasando de 650 millones de pesos en 2021 a apenas 470 millones en 2024, de acuerdo con cifras de la Secretaría de Infraestructura.

A nivel municipal, el abandono es aún más evidente. Muchos ayuntamientos enfrentan crisis financieras que los obligan a destinar recursos mínimos al mantenimiento urbano. Algunos, como San Pablo del Monte y Chiautempan, no ejercieron ni el 50 por ciento del presupuesto etiquetado para rehabilitación de calles en el ejercicio 2023, según datos del OFS.

Las lluvias recientes no han hecho más que evidenciar la omisión institucional: en calles sin drenaje adecuado, los baches se convierten en trampas invisibles, cubiertos por agua sucia que espera al próximo vehículo para cobrarse una factura mecánica.

Las consecuencias son costosas. Un estudio de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros estima que el costo promedio por daños a vehículos por baches asciende a 3 mil 500 pesos por incidente, sin contar el impacto económico indirecto por retrasos, accidentes y pérdida de productividad.

Pero más allá del gasto, está el mensaje de fondo: Tlaxcala se ha vuelto un estado donde lo cotidiano es sobrevivir al camino, en donde la inversión en imagen turística o eventos oficiales convive con el olvido de la infraestructura básica y en donde las bendiciones de las lluvias en el campo se convierten en maldiciones citadinas.

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