En octubre de 2018, Dilcia partió de Honduras en la primera caravana masiva hacia Estados Unidos. Lo hizo todavía embarazada. Contrario a lo planeado, su parto se registró en territorio mexicano, donde vivió los peores 17 días de su vida al tratar de recuperar a su hija recién nacida que ya había sido vendida en 170 mil dólares.
“Me tocó parir en la frontera, porque hay que esperar bastante, son muchas las personas que permanecen ahí, por eso no me dio tiempo de ir a parir al otro lado”, comparte con La Jornada de Oriente durante su estancia en el albergue “La Sagrada Familia”, en Apizaco.
“Cuando me pegaron los dolores llegó la ambulancia por mí a la línea, me llevó a un hospital que le dicen el Semeson, en Nogales (Sonora); llegué como a las 10 de la mañana y como a las once ya había tenido a mi hija”.
“La parí e inmediatamente me sacaron, no me dieron toallas sanitarias ni ropa para cambiarme; salí de ahí con los pantalones bañados en sangre. A la niña no me la entregaron, la habían vendido en Tucson (Arizona)”.
Responsabiliza de este hecho a una trabajadora social de ese nosocomio, de nombre Aydé, a quien denunció pero “nunca me hicieron caso –lamenta-, todo quedó en vano”, porque aún está en ese hospital.
Reconoce a Lidia Sánchez, lideresa de una colonia, quien le ayudó a recuperar a la recién nacida, mediante una denuncia que realizó a través de diversos medios de comunicación, principalmente en televisoras y radiodifusoras.
“Agradezco, primero a Dios y luego a ella. Tardé 17 días en tenerla otra vez conmigo. Desde que supe queme la iban a robar anduve pa’ arriba y pa’ abajo; porque pregunté, ¿qué pasa con mi niña?, ¿por qué no me la entrega?, y me contestaron que la trabajadora social dijo que no podían dármela porque soy una migrante y que no tengo cómo sostenerla, que se iba a quedar en el DIF”.
El muchacho del DIF –añade- que se llama Chávez Chávez la estaba negociando en Tucson y otro muchacho al que le dicen “El Chino”, que es el que da las adopciones, le comentó a la señora Lidia Sánchez, a la que él conocía porque ella trabajó ahí, que iba a revocar la adopción de una bebé que se iban a llevar pero que ya se la van a entregar a los papás. Era mi niña a la que se refería.
“Ahí era un solo contrabando con los niños. De lo de mi hija, salieron otros cinco niños perdidos, de los que no saben nada de ellos los papás ni las mamás; haga de cuenta se los quitaron ahora, fueron al siguiente día y ya no estaban”.
Dilcia entra rápidamente en confianza y cuenta parte de sus vivencias en un año. “Yo venía con la intención de pedir asilo a Estados Unidos, pero los gringos me dijeron que si yo pasaba me iban a quitar a la niña y que yo iba a ser deportada junto con mi esposo; decidimos regresarnos a Honduras”.
“Porque antes de entrar a la garita ya están los gringos, le preguntan a uno cosas y nos dijeron que podíamos entrar a su país pero que íbamos a ser deportados a Honduras y la niña se iba a quedar allá, y yo no quiero perderla, no quiero perder un hijo más”.
Expone: “Hace seis años mi hermana se vino a Estados Unidos con sus dos hijos y el mío, Axel José, se los quitaron y a ella la mandaron para Honduras, por eso yo iba, para ver si lo recuperaba, no sé nada de él. No está junto a sus primos, los desapartaron. Solo sé que está en Phoenix, no conozco nada por allá”.
Una vez que retorne a su nación Dilcia acudirá a la cancillería para tratar de hablar con el cónsul y “me dé alguna información porque él sí va a Estados Unidos”
Asegura que nunca fue su intención emigrar de su país, pero que por algunos conocidos se enteró que Norteamérica “daba permisos” y que por esta razón permitió que su hermana se llevara a su hijo de ahora casi 13 años de edad.
”No sé en qué condiciones lo tienen, porque no me dan información, me dieron el número de migración y me dijeron que no podían dármela porque podría ser o no la mamá del niño, entonces que buscara otros medios para saber de él”.
Desanimada asienta que ya no tiene caso quedarse en la República mexicana. Durante 15 días de camino, de Nogales hacia el centro del país, ha viajado en tren en algunos tramos y en otros en autobús, “cuando –dice- la gente nos ayuda con el pasaje porque nosotros vamos sin nada de dinero”.
Junto con su esposo Wilmert y su hija, de ya un año de edad, ha permanecido tres días en el albergue, donde además de comida y hospedaje para descansar, le han ofrecido apoyo jurídico. Su estancia podría prolongarse un poco más, porque a ella y a su familia les robaron su maleta con ropa. “Nos dejaron sin nada, parece que venimos con un poquito de mala suerte”, expresa angustiada.
Confiesa que se siente decepcionada de no haber logrado pasar a Estados Unidos para localizar a su hijo, “porque –sostiene- está vivo, no está perdido; tengo fe en Dios de que lo voy a recuperar”.
Entre lágrimas la centroamericana comenta: “Pero pasado tristezas, sus cumpleaños han sido sin él y ya van a hacer seis años”.
Cuando regrese a Honduras, retomará su actividad de ventas. En las estaciones de autobús ofrecerá agua de coco y rodajas de plátano. “Para sobrevivir, así le hacemos”.
Asienta que nunca retornará a México. “Si emigré de mi país fue porque quería recuperar a mi hijo, nada más por eso. A todas las madres que les mienten que les están dando asilo con sus hijos, que no se la crean, solo van a venir a perderlos”.